Cáncer golpista. Rígido, la espalda erguida de soldado pasando revista, sin mover un músculo de la cara, mirada de quien ve, pero no siente, movimientos imperceptibles de pupilas de serpiente y una boca emitiendo con voz aguda largas oraciones monocordes, sin puntuación, como memorizadas, o como pregrabadas para un robot que las trasmite a mayores revoluciones que las indicadas. Es el agente Gatell dando cuenta de la proscripción de "esta idea de los niños con cáncer que no tienen medicamentos”, porque “cada vez la vemos más posicionada como parte de una campaña” proveniente “de los grupos de derecha internacionales”. Y lo que es más grave: “están buscando crear esta ola de simpatía en la ciudadanía mexicana ya con una visión casi golpista”.

El subsecretario de Salud da el perfil del ‘apparátchik’ del régimen soviético. Un funcionario a tiempo completo del partido, infiltrado en el gobierno, sin formación ni capacidad para la función pública, pero fiel al aparato comandado por el líder supremo. Con su disposición ciega a cumplir y hacer cumplir los ukases de la superioridad, el ‘apparátchik’ también divulga y hace acatar las verdades oficiales, así carezcan de la menor credibilidad, como aquí lo mostró el agente Gatell con su conspiración internacional de los niños con cáncer y sus padres, como cortina de humo para encubrir el desabasto inepto y pichicato de medicamentos. Ya antes había probado el agente su fidelidad con su criminal cadena de mentiras a partir de la llegada a México de la pandemia que hoy repunta.

Preludio. Van más de tres semanas de reparto cotidiano de culpas por el presidente, a propósito de su retroceso electoral para la integración de la Cámara de Diputados y para el gobierno de buena parte de la capital de la república. Destinatarios: la jefa de gobierno de la CDMX y sus colaboradores, ‘académicos de escritorio’; los ‘conservadores’, la prensa, los intelectuales y ahora ¡la clase media! Sólo que, a diferencia de la amplia y favorable recepción de su habla de campaña: reivindicativa y esperanzadora, esta vez parecen procesarse sus palabras como patética justificación de fracasos, como desahogo de rencores: un presidente iracundo, pero desfalleciente. Antes y ahora esta forma de comunicar aparecía y aparece plagada de lugares comunes, epítetos, imprecisiones, afirmaciones falsas o engañosas, calumnias, insultos, estereotipos y enrevesados, rústicos sermones moralistas, como de sagrario de pueblo.

Pero, en campaña, esa retórica sonaba para muchos a verdad. Fue bien vendida y mejor comprada por un imaginario social dispuesto a creer y a compartir agravios, con la correspondiente reproducción de resentimientos ante la más negra, generalizadora y a veces fantasiosa narrativa sobre la podredumbre política y empresarial del país. Esa fórmula lo llevó a vivir a Palacio. Pero hoy, ese discurso podría revertirse contra su gestión, en un trance que, para el PRI, en 1997, con la pérdida también de la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y del gobierno de la capital, fue preludio de la pérdida de la Presidencia tres años después.

A la mitad del partido. A diferencia de su desprecio a las complejidades de la gestión gubernamental, su familiaridad con el beisbol ayudaría al presidente a comprender el momento. Desde el centro del diamante, el cometido del lanzador es engañar al bateador, confundirlo, desorientarlo, distraerlo: con la curva, el slider, la recta a cien millas, el cambio de velocidad. Pero aun los mejores suelen sucumbir hacia la mitad del partido. Sí, igual que en la mitad del sexenio, cuando los bateadores o los electores se enfrentan al pitcher en su segundo o tercer turno y le dan duro tras develar engaños, esclarecer confusiones inducidas, enfocarse contra los distractores y reorientar el bat o el voto.


Profesor de Derecho de la Información. UNAM

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