Vocero en apuros

Hugo López-Gatell ha cumplido con creces las encomiendas del presidente, pero con ello ha dinamitado la función pública propia de un vocero de crisis. En este espacio celebramos su nombramiento hace meses como primer paso indicado para la gestión de la emergencia. Un vocero único como éste, que despertaba la percepción de saber del asunto, con vitalidad juvenil, agilidad mental y buena capacidad expresiva, parecía garantizar el poder de informar inculcando la convicción indispensable para modelar actitudes y comportamientos sociales. Esto queríamos para abrirnos paso y adentrarnos en los senderos desconocidos y amenazantes de una pandemia sin precedentes. Pero muy pronto dilapidó el científico esos recursos al ponerlos a disposición de las pulsiones y los instintos políticos básicos del gobernante.

Esta vez le falló al presidente López Obrador su proverbial manejo de los símbolos como herramienta central de sus destrezas de comunicación. Su sobreactuada imagen de humildad obediente ante la ciencia —encarnada ésta en su vocero para enfrentar la crisis sanitaria— parece ahora desmoronarse por la percepción extendida de que, en efecto, el presidente hace lo que le indica López-Gatell… por instrucciones del presidente. Y subordinada así esa “ciencia” al poder político, el siguiente paso del gestor oficial de la contingencia lo ha conducido a hacer ostentación de cada vez más empobrecidos recursos escénicos y oratorios para justificar las conductas médicamente contraindicadas y políticamente tóxicas del presidente.

A este respecto, hay que contabilizar las horas dedicadas por el vocero a mostrar “científicamente” la inutilidad del cubrebocas y así justificar la decisión de su jefe de no usarlo, acaso bajo la superstición antes expresada de nuestra singular fortaleza nacional y la fe en sus estampitas y amuletos. Pero, con el cubrebocas hemos topado, Hugo, le podría decir nuestro quijotesco presidente a su sanchopanzesco vocero, ahora que la comunidad científica y la autoridad internacional de la salud le asignan a ese utensilio utilidad probada para evitar contagios. Lo que sí puede cambiar de opinión en este punto a un presidente clavado en sus tasas de aprobación y en las expectativas electorales de su movimiento es que tres cuartas partes de la población le reprochan ya su resistencia a usar la mascarilla. Y si el presidente cede veremos los apuros del vocero en una nueva marometa para devolverle la utilidad plena al cubrebocas.

Mensajes sin efectos

Pero los apuros del gobierno —y el riesgo multiplicado de la población— ya están a la vista por la pérdida de eficacia social del vocero, mostrada en la incapacidad de sus mensajes para producir los efectos buscados. Se cree cada vez menos en lo que da a conocer y sus llamados a la disciplina ciudadana para evitar la movilidad son respondidos con las calles llenas de lunes a viernes y la congestión de las casetas de cobro de las carreteras los fines de semana. Y es que no hay recurso retórico ni escénico, ni la cantidad que se quiera de comparecencias cotidianas y a todas horas, capaces de rebatir la efectividad del mensaje de que no pasa nada, de un presidente y un vocero en movilidad intensa, de campaña, movilizadora de otros, así se pretenda dar la seguridad “científica” de que el presidente no es una fuerza de contagio, sino una fuerza moral.

Voceros de repuesto

En estas condiciones, el debate suscitado por la petición de nueve gobernadores del cese del vocero, aún si fuera atendida, carecería de relevancia práctica, porque López-Gatell ha dejado desde hace meses de cumplir sus funciones y, llegado el caso, el presidente lo sustuiría con otro, deseoso de servirle, al costo que se requiera en muertes y contagios, quiebras y pobreza.

Profesor de Derecho de la Información, UNAM

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