Comunicación presidencial en crisis. Tras perder ayer el general Cienfuegos su primer round ante la justicia de Estados Unidos, se complican aún más los desafíos abiertos por la desconfianza e insolencia mostrada contra el gobierno mexicano en la captura de un militar del mayor rango de nuestro país. Las complicaciones se agudizan por los enredos declarativos de un presidente López Obrador que luce entre aturdido y sin plan para enfrentar la doble crisis a la vista. Por un lado, la abierta ahora en la relación con su —por él— sobrevalorado camarada Trump y, por otro, la que asoma con el silencio inconforme y la incertidumbre de un sector militar sobredimensionado —también por el presidente— en la política y la administración de este sexenio.

En momentos tan delicados hace crisis la improvisación cotidiana de la comunicación presidencial, pertrechada en una batería de paleros habilitados de periodistas. Si es cierta la afirmación del presidente, de que supo 15 días antes lo que se le venía encima, entonces tuvo tiempo —y no lo aprovechó— para preparar al menos una narrativa congruente y no inconsistente y titubeante sobre la captura del general. En efecto, en una misma oración el mandatario lo mismo avala los cargos de la DEA contra el militar mexicano, atribuyéndolos a la decadencia del neoliberalismo, que pide no prejuzgar la culpabilidad del general. Y un día anuncia que cesaría a todo el personal que trabajó bajo las órdenes del prisionero —lo que hubiera descabezado la estructura del mando militar del país— y al día siguiente garantiza la probidad a toda prueba de esa misma estructura.

En esos 15 días un comité de crisis pudo haber inoculado la percepción ahora dominante de la desconfianza que condujo a los estadounidenses a ocultarle sus planes a los mexicanos. Quizás se hubiera podido contrarrestar el rudo golpe desde el exterior a la imagen del Estado y a la moral del Ejército con la apertura de una investigación nacional de los señalamientos de fuera. Se pudieron medir los efectos de avalar el historial del divisionario y señalar lo inverosímil de los cargos, como se ha hecho reiteradamente en los medios mexicanos O, incluso, se pudo decidir o inducir que el general hiciera lo que hizo: viajar a Los Ángeles al encuentro de sus captores, a fin de evitar una solicitud estadounidense de detención para fines de extradición, lo cual, de cumplimentarse, habría generado resistencia de las fuerzas armadas. Todo, menos la perplejidad y la tormenta de contradicciones.

Vaivenes. Ahora bien, si el presidente se sacó de la manga que sabía dos semanas antes que iban tras el general, y nos quedamos con la primera versión: que el gobierno se enteró de los hechos una vez consumados, lo urgente hubiera sido elaborar una narrativa creíble, acompañada de posiciones firmes frente al sigilo de Estados Unidos al realizar acciones de alto impacto en nuestro país. En ese mundo de la improvisación, los vaivenes del mensaje presidencial se enfrentan ahora en los medios mexicanos a una insólita, extendida reacción de incredulidad a los señalamientos de las agencias de Estados Unidos —antes, percibidas como la biblia— y a una serie de testimonios de rectitud del general Cienfuegos. Mientras la acumulación de excesos declarativos del presidente —como la de que México era un narcoestado, tras la detención de García Luna— parecería conectar con la desconfianza estadounidense a nuestro gobierno.SIP. Se trata de las mismas improvisaciones y los mismos excesos declarativos que tienen a México a cien fuegos. Apenas ayer, el informe anual de la Sociedad Interamericana de Prensa alerta de un “protagonismo exacerbado” del presidente contra medios y comunicadores y traza un panorama de “retrocesos” en las libertades alcanzadas aquí.


Profesor de Derecho de la Información, UNAM

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