Convulsiones. Los ires y venires de Seade, el negociador del presidente López Obrador para sacar adelante el acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá, mostraron un gobierno mexicano agitado por el apremio de aprobar el T-MEC y la pretensión de hacer pasar desapercibido el cumplimiento de las condiciones exigidas por la pinza Trump-Pelosi. Pero resultó inocultable el hierro proteccionista de la planta productiva estadounidense marcado por el presidente empresario, y la marca intervencionista en la vida laboral mexicana, impuesta por la líder de la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes en obsequio a sus clientelas electorales de las organizaciones sindicales.

Con el juego de palabras aplicado por Octavio Paz a un compañero políticamente estremecido por las convulsiones de la década de 1980, de agitadores contra el libre comercio por más de treinta años, los gobernantes de hoy devinieron agitados por el imperativo no sólo de acatar aquellas reglas, sino también las distorsiones y regresiones operadas por el establishment político estadounidense. El WS Journal enumeró el lunes las concesiones mexicanas regresivas respecto al TLCAN de 1994, que les permitieron a Trump y a Pelosi sesgar el acuerdo hacia un comercio gestionado políticamente por ellos: las restricciones a los autos mexicanos harán que los producidos en la región sean menos competitivos en el mundo; las tasas salariales obligatorias para México ignoran la relación entre productividad y producción, y la cláusula que dará a los sindicatos de EU una nueva forma de inmiscuirse en las disputas laborales mexicanas, generará una avalancha de controversias anticomerciales.

Pero el mensaje de las andanzas de Seade revelaría que el presidente le habría ordenado sacar adelante el tratado a cualquier costo, sin testigos incómodos. Por eso habría ido solo a su penúltima cita en Washington, sin los funcionarios ni los empresarios que habían logrado eliminar la supervisión de funcionarios estadounidenses de la instrumentación de la reforma laboral mexicana. Luego vino la firma, el martes, en Palacio Nacional, de las adendas de la discordia y enseguida aparecieron las contorsiones. El miércoles, Seade negó la aceptación de supervisores laborales de EU en México; el viernes, el congreso de Estados Unidos los presupuestó para su embajada en nuestro país; el sábado Seade se llamó a sorpresa y a indignación y se arrancó a su última cita a Washington.

Contra Loret. Todavía el lunes el presidente López Obrador repudió la inclusión de esos supervisores laborales que, dijo, aparecieron de manera clandestina. Sólo que más tarde, Seade se dio por satisfecho por haber recibido una carta de su contraparte Lighthizer, en la que éste le aseguró que los agregados colaborarán con sus contrapartes mexicanas, trabajadores y grupos de la sociedad civil en la implementación de la reforma laboral mexicana. Pero en la agitación del trance el presidente hizo referencias amenazantes al columnista Carlos Loret, que Seade transformó en insultantes, como reacción a que el periodista adelantó y alertó sobre las concesiones mexicanas ahora reconocidas y criticadas en México y el mundo.

Elevado de sacrificio. De la euforia de la firma de las adendas, seguro un jonrón en la mente de Palacio, acaso podría ser solo un elevado de sacrificio que permitió anotar una carrera indispensable para que el juego continúe: la firma del T-MEC. El bateador sacrificado parecería identificarse con Seade, de acuerdo a una pista que dio el presidente al expresarle su reconocimiento, que quizás fue también un deslinde cuando dijo que era tanta su confianza en su negociador que él no tuvo que leer ni revisar documentos de lo negociado: ¿un deslinde preventivo de los costos que se acumulan al conocer los textos en detalle?

Profesor Derecho de la
Información, UNAM

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