El metro es un símbolo y un sistema de la Ciudad de México. José Emilio Pacheco situó a sus personajes en una historia extraña en el metro, de un modo similar al que Cortázar metió a Charlie Parker en el metro parisino. Montones de historias, reales y ficticias, han sucedido en el metro. La razón es simple: más allá del símbolo de identidad chilanga, el metro desplaza relativamente rápido y a un costo asequible millones de historias todos los días.

Esta naturaleza doble -la simbólica y la de servicio público crítico- hace que la discusión sobre la potencial militarización del metro sea tan caliente. Dentro del terreno simbólico, se dice que los nuevos vigilantes del metro no están armados, pero también se justifica el apoyo de la Guardia en otra tarea adicional que está en el terreno civil por la confianza que se tiene en el ejército. No es una novedad: las últimas encuestas de confianza en las instituciones mantienen a las fuerzas armadas como una de las instituciones con mayor legitimidad y confianza en el país. Es en este recoveco de la conversación donde haríamos bien en no confundir la gimnasia con la magnesia. Yo puedo confiar un montón en mi vecino pero eso no lo vuelve un gramo más capaz de cuidar a mi perro. Un ejemplo tan simplificado no le quita precisión: las organizaciones militares tienen un propósito definido, relativamente estrecho. Del mismo modo, uno pensaría que, quien coordina la operación del metro, no podría dar un giro inesperado a su carrera mañana y coordinar labores de seguridad nacional estratégicas.

La gobernanza de lo público -ese espacio lleno de problemas, servicios, libertades, oportunidades y recursos- tiene esa complejidad. Se balancea entre lo profundamente concreto -como la rueda neumática de un vagón de metro- y lo abstracto e inmaterial -como la soberanía, la confianza y la tranquilidad. Eso explica que algunas voces celebren el monitoreo adicional en las estaciones del metro y otras entiendan esta vigilancia como una medida preocupante. Por eso, parte del ejercicio de gobernar consiste en comunicar el diagnóstico que el gobierno hace de la realidad. Sólo así puede, entonces, el propio gobierno justificar ciertas decisiones de política pública en vez de otras. En términos sencillos, se trata de que el gobierno nos cuente bien lo que está pasando para entender la película que estamos viendo. En ese orden de ideas, si lo que falta en el metro es mantenimiento, uno entendería que la acción prioritaria será dedicar presupuesto y talento en reparar y mantener lo que sea necesario. Siguiendo con esta lógica, habría que conocer qué se intenta resolver al traer elementos de seguridad nacional a vigilar la operación cotidiana del transporte público.

La ciudad, como arena pública, tiene también esa naturaleza a la vez simbólica y concreta. Por eso Rockdrigo González le cantaba a la capital con una precisión increíble. En la estación del metro Balderas, solloza Rockdrigo, vida mía te busqué de convoy en convoy. Una canción tremendamente simple que habla de una pérdida mucho más aguda que la de perder de vista a alguien entre una estación y otra. ¿Qué habría pensado Rockdrigo, alejándose de Balderas, y mirando el Colegio Militar repitiéndose en el resto de la línea dos?

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