Medir la eficacia de un gobierno es un asunto complejo, pero tengo últimamente se nos da todavía peor entrarle a la rendición de cuentas con la cabeza fría. Resolvemos a la menor provocación que antes las cosas eran muy distintas, para bien o para mal, dependiendo de con quién nos estemos peleando.

Insisto, evaluar el buen gobierno o el desarrollo nacional no solo es difícil sino controvertido y hasta subjetivo. El debate sobre qué métrica utilizar sigue activo y, francamente, un poco atorado. Durante muchos años, el Producto Interno Bruto (PIB) era ley y quien más PIB sumaba, se posicionaba como líder de goleo. Luego vinieron críticas que, acertadamente, veían que el PIB en distintos países se alzaba con el mismo ritmo que la violencia y la inequidad.

Como buenos humanos, se nos ocurrieron métricas más complicadas y combinaciones de fórmulas para salir del atolladero. Ya no importaba nada más crecer la riqueza nacional en términos abstractos e imposibles de entender, sino cómo se distribuía ese progreso. Le sonará familiar, por ejemplo, el Coeficiente de Gini: una medida para medir la desigualdad en el ingreso, o qué tanto cualquier recurso está concentrado en una o un grupo pequeño de personas. Han surgido incluso propuestas de indicadores de qué tan felices son los ciudadanos de determinado lugar. Mejor, ¿verdad? Pero no ideal. Hay quienes sostienen que es imposible encerrar la realidad social y su evolución en números fríos. Y tienen razón, aunque los índices y números diseñados hasta ahora indudablemente ayudar a entender algunas dimensiones sociales, económicas y políticas. Se le puede.

Una visión balanceada, intuye usted bien, sería lo mejor. El problema, sostengo, es que como ciudadanos solemos quedarnos un poco en el nivel más básico de medir el desempeño gubernamental. En el unga unga, pues. Donde aventamos todas los hechos comprobables y métricas por la ventana y recurrimos al infalible “lo leí en un artículo y sí, ahorita te lo mando”, porque importa más ganarle en tener razón a nuestros amigos que entender qué cosas andan bien y qué otras, no tanto. Poniéndonos freudianos, sostengo también que este comportamiento apasionado y necio de nosotros se basa en nuestra muy conocida y desesperante necesidad de no querer darnos cuenta y de buscar un héroe que lo arregla todo de un tuit.

Me explico y me valgo de una metáfora que le tomé prestada al nuevo álbum de Marco Mares, quien construyó todo un concepto alrededor de un pedacito de cinta adhesiva. En una serie muy lúcida de canciones, Marco repasa heridas sentimentales y adelanta que, si la verdad va a doler, lo mejor es desprendernos del curita mientras una bachata pop se repliega al corazón en suspiros derrotados. Creerá usted que hay una distancia de más de un puñado de curitas entre su música y hacernos una idea de qué tan bien trabaja nuestro gobierno, pero mucho le vendría bien a este México tan polarizado arrancarse el curita de las expectativas y realidades de quienes elegimos para tomar decisiones del país.

Le ponemos total empeño a nuestro deseo de que un jefe del ejecutivo nacional destuerza las podridas instituciones de procuración de justicia y promoción del bienestar. Pero la realidad mundial hace lo suyo por mostrarnos que las cosas funcionan distinto. Que los problemas nacionales no se resuelven en un día ni dándonos de sombrerazos entre nosotros sino exigiendo que, esté quien esté y vote uno por quien vote, los servidores públicos hagan su trabajo con profesionalismo y honestidad. Pero nos rehusamos a quitarnos esa bandita adhesiva que no alcanza a esconder la complejidad del mundo. De arrancarnos ese trocito de cinta admitiríamos, como advierte Marco Mares, que en ese pasado que algunos defienden como épocas doradas de administraciones priistas y blanquiazules no todo era paraíso. Y que hasta en la idílica aventura de la 4T que otros más dibujan hay tormenta tropical. Saber nadar en estas aguas implica subir nuestro grado de madurez ciudadana. Cuando comencemos a abandonar el pensamiento mesiánico sobre nuestros líderes y cuando dejemos de defender partidos y grupos políticos como si fuesen las Chivas, estaremos en mejor posición para acomodarnos y discutir lo verdaderamente complejo: ¿qué hacemos -ciudadanía y gobierno- para reducir la violencia en nuestras ciudades, para abrir oportunidades de educación, salud y desarrollo a la población más vulnerable? Y todavía más, ¿cómo repensar un gobierno que nos represente mejor y no nos haga pelear como si fuésemos tan distintos del humano al otro lado del pasillo o pantalla? Arrancarse el curita de una vez, pues.

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