Se impacienta el otoño, querida ciudad, como si se hubiese quedado atorado en Constituyentes tratando de llegar a Reforma. Los ánimos no están para preámbulos, cierto. El panorama económico no anuncia pronto despegue, la violencia no conoce bloqueos ni retardantes, y la 4T sigue empeñada en todo menos en esa T mayúscula, que no deja de parecernos lejana.

En la retórica de las campañas electorales, transformar significa cualquier cosa, una promesa. Estamos tan acostumbrados a esos discursos de cartón carentes de contenido que uno duda si en verdad piensan que somos así de básicos o realmente somos así de básicos. Pero pasada la contienda, si la frase de campaña se mantiene, la promesa se convierte en reclamo. Y no tengo duda de que el gobierno actual es consciente de ello, pero tal vez acaba por digerirlo equivocadamente.

Me explico. Porque a lo mejor todo es un gigante malentendido. Parece que la promesa convertida en reclamo llega a oídos de la administración federal muy distorsionada, como teléfono descompuesto. Si bien habrá un buen número de ciudadanos que consideraba proyectos como el tren maya o la cancelación del aeropuerto de Texcoco asuntos muy importantes, tenía en mente una agenda de cambio más amplia al momento de ejercer su voto. En términos llanos, sin duda la transformación está en otro lado.

Tampoco se trata de pedir imposibles. No es que seamos ingenuos, quienes moramos esta trinchera. No tanto. No todos. Sabíamos que la expectativa con la que comenzaría el nuevo gobierno sería tan grande que no habría manera de alcanzarla. Pero creímos que, con apuntar en la dirección correcta el timón de este barco tan desvencijado nos bastaba. El discurso continuó empeñoso asegurando que acabaría con la corrupción y los privilegios. Pero aquí abajo sabíamos que nada es tan sencillo. Que un sistema -tanto lo era que lo sigue siendo- que estaba calibrado para favorecer intereses personales y gremiales no detendría su marcha en unos días. Que los partidos son los partidos y el congreso este congreso. Que, sin importar el candidato vencedor, no faltarían quienes mantuvieran ese sistema de trampas y contubernios. No éramos tan ingenuos para pensar que, de un día para otro, se terminaría la corrupción por decreto presidencial.

Ahí radica el grave malentendido de esta 4T. Gobernar no es blindar las instituciones, ni hallar individuos impolutos traídos de quién sabe dónde que tengan una trayectoria tan impecable que hasta se nos haga raro. Transformar al gobierno es hacer que las instituciones sirvan como tal incluso si la inercia se empeña en derrumbarlas. Porque el servicio público está basado en una relación contractual con profesionales capaces y cargados de vocación, pero apoya su fuerza en instituciones que logren que las agencias gubernamentales hagan lo que les pedimos que hagan, sin importar quién esté a cargo de ellas. Ése es el sentido clásico -y tal vez muy ideal- de la burocracia. Un modelo administrativo que no sueña con encontrar miles de servidores públicos programados para nunca doblar las reglas sino uno suficientemente estable para lograr encauzar el comportamiento de quienes trabajan en él. Y con el rigor adecuado para detectar a quienes no lo hacen y actuar en consecuencia.

Sabíamos, pues, que no iban a desaparecer en seco los escándalos de fortunas inexplicables amasadas por funcionarios de alto nivel. Que se descubrirían acusaciones por evasiones fiscales que harían a nuestros vecinos decirnos “te lo dije”. Que habría renuncias inesperadas dignas de levantar la ceja con sospecha. Compramos la melodía -acabar con la corrupción- pero desconfiamos del ritmo -desde el día uno predicando con el ejemplo. Gobernar no es hallar el modo mágico en que ese uso del poder y los recursos públicos para el bien de unos cuantos se esfumen. Es mucho más tardado y menos glamoroso que cualquier promesa de campaña.

Transformar, entonces, no es hacer que ya no pasen esas cosas, sino reaccionar de manera distinta a lo que antes se hacía cuando ocurrían. No éramos ingenuos ni nos hemos transformado haciéndonos la mirada borrosa. El verdadero tren y vuelo de la 4T lo tiene de frente. Ningún gobierno es inmune a los problemas y al escándalo, al uso mal intencionado de las instituciones. Lo que hay que transformar no es, al menos por ahora, el problema. Sino lo que se hace con él.

@elpepesanchez

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