Una publicación reciente de mi amiga Ana Romero me hizo caer en cuenta de que hace apenas unos días se cumplieron cien años del natalicio de Chava Flores. Sostengo, desde este segundo renglón, que se trata de una figura que debiera ocupar un lugar mucho más alto en el panteón chilango. Estaba yo, querida ciudad, a punto de deshacerme en elogios hacia sus canciones y genialidad en términos generales cuando la obstinada realidad se impuso ante mi teclado con la pregunta inminente: ¿qué tanto se sigue pareciendo ese Distrito Federal a esta CDMX, o qué tanto se han marchitado esas canciones que son más bien un psicoanálisis vertiginoso de nuestra mexicanidad?

La respuesta no radica, but of course, en repasar uno a uno sus versos para juzgar si el PRI ya no anda en zancos, si ricos y pobres se juntan ahora en el Borrego Viudo (con todo y trifulcas) más que en Indianilla, si los potentados tiran para Acapulco o Malinalco en vez de Palo Alto. Porque detrás de esos lugares tan entrañables u olvidados de la ciudad se mantienen procesos sociales que no caducan en nosotros. El Centro sigue siendo un hormiguero que ve pasar flujos densos de dinero -chueco, derecho y más o menos- y seguimos saliendo a tomar cerveza artesanal y mezcales a meses sin intereses, tratando de esquivar alcoholímetros que se saben las rutas del bar a los tacos. Acaso al tío Chava se le quedó corta la vista para no anticipar que la ciudad seguiría creciendo, increíble y monstruosa como la conoció, hasta lugares que ni Google maps ubica. De seguir en este plano, habría incorporado un paseo de Tacuba a Ecatepec, como lo hace ahora el Belafonte Sensacional. Porque la ciudad es más que sus límites y sus trayectos interminables. Pero dejemos esas comparaciones minuciosas para entrarle a lo bueno: la atemporalidad de las canciones de Chava Flores se consiguió, además, por el punto exacto de hacer una broma de algo que en el plan más serio ya raya en lo irrisorio. Me explico mejor: hay chistes -memes, para que no recurra al diccionario, amigo millennial- que nos parten más de risa no porque sean muy disparatados e increíbles, sino porque subrayan algo que es infinitamente absurdo pero totalmente verídico.

La música de Chava Flores es magnífica porque desdibuja las barreras entre lo inventado y lo basadoenhechosreales. Pregúntese si no es cierto cuando lee con anteojos sociológicos temazos como Los Gorrones. Es gracioso hasta que a uno le toca recibir visitas que engullen a la velocidad del Millennium Falcon el jamón serrano que usted acabará de pagar en unos seis meses. Y ese México a veces tristemente mágico no ha cambiado un ápice. Póngalo usted mismo a prueba revisando su teléfono. ¿Somos capaces de distinguir sin titubear todas las noticias reales de los memes cargados de fake news (paparruchas, en rico y vasto castellano, como bien corrige el profesor David Arellano)? No siempre. Si Chava Flores le hizo una canción a la línea dos del metro, cómo no pensarlo afilando el lápiz para escribir sobre la propuesta del presidente de rifar el avión con la insignia nacional en un sorteo de lotería. Imposible no conectarlo con ese diagnóstico hecho canción en el que el tío Chava se pregunta a qué le tira el mexicano cuando sueña. Qué puntada, señor presidente. Seguramente alguien dijo, hasta que se guardó la sonrisa en el saco cuando se dio cuenta que era una propuesta tan seria como para ponerla en la mesa del ejercicio de transparencia y rendición de cuentas que pretende ser la conferencia diaria matutina. O quién habrá sido el temerario que, con el aplomo del esposo de Bartola, sugirió tan tremebunda idea.

Claro que, como te decía, querida ciudad, el asunto da risa hasta que ya no. Porque hasta el tío Chava diría que hay límites. Y que una cosa es pagar el precio de que el PRI ya no ande en zancos y otra cosa es que salga más caro el caldo que las albóndigas. Porque sugerir rifar el avión presidencial no es una decisión racional de política pública. Porque la sola organización de un sorteo así implica una serie de acrobacias administrativas marca Nadia Comaneci (sírvase en googlear, si no le suena). Y porque, de lograr rifarlo, vender los cachitos y sortearlo, presentaría una bola de complejidades, arbitrariedades y procesos pasados por alto que van mucho más allá de decir “bueno, como pudimos lo sacamos”.

Cierto es que el presidente mencionó que la idea del sorteo era una sola entre otras varias. Que si un comprador se animaba antes, tanto mejor. Pero el solo hecho de sugerirlo públicamente -que no en el expendio de quesadillas que usted mande- debe leerse con lupa, como las canciones de Chava Flores. Porque sugerir la rifa apela a un espíritu azaroso y despreocupado, a esos adjetivos con los que se ha dibujado al mexicano tantos años y que tanto nos perjudican porque nos los acabamos creyendo. Poner al alcance de un billete de lotería el avión presidencial apunta a ese mexicano que le tira a encontrar el tesoro que Cuauhtémoc fue a enterrar, al que se levanta tarde por culpa de sueños verdes en los que no le debe a nadie. Aunque nunca se materialice el sorteo, proponerlo nos condena a esa caricatura a la que Chava Flores le puso cariñosamente tanto detalle.

El humor es una de las plumas más afiladas y potentes para criticar los tropiezos de una sociedad. Eso lo entendía muy bien Chava Flores. Acaso lo que tenga que entender este gobierno nuestro de hoy es que la gobernanza de un país se consigue y transforma no sólo con el corazón sino necesariamente pasando por una cabeza fría y analítica. Por ello no quiero decir una sola cabeza, sino trazar la metáfora que significa un grupo de funcionarios y representantes que estudien los problemas del país, revisen soluciones factibles y prioricen utilizando los recursos a la mano siempre escasos. Se me ocurre que, tras todo este tiempo de memes y debates sobre el avión presidencial, habría sido más coherente y digno admitir que algunas batallas simplemente no se ganan. Tanto más benéfico -en términos morales y monetarios- habría sido salir a una de esas conferencias y decirlo con franqueza. Ese avión, que quizá se compró en un momento en el que uno debería más pagar deudas que cambiar el coche, se intentó vender para poder pagar las medicinas de la abuela. Pero no pudimos, y eso no es nuestra culpa. Así que lo que queda como gobierno es descartar ese plan y usarlo, porque ya está aquí. Porque importan muchos otros problemas como para seguir discutiendo el futuro del dichoso avión. Y porque, aunque se vendiera a buen precio, ¿a qué le tira uno pensando que ese dinero habría de resolver los gravísimos apuros de este México, tan distinto y a la vez no al de Chava Flores?

@elpepesanche

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