Vivimos tiempos complejos. No hay necesidad de compararlos con cualesquiera tragedias y hazañas del pasado para reconocer que suceden cosas interesantes en estos días, aunque no siempre afortunadas. Acostumbrados a que los teléfonos bombardeen nuestras pupilas con datos de todas partes y a todas horas, el presente se nos ha desenrollado en noticias de un mundo presente que nunca abarcaremos. Todo pasa todo el tiempo y difícilmente podemos atenazar la realidad de un momento sin que más datos nuevos empujen a éstos otros -que tampoco eran tan viejos- en nuestras pantallas.

Con un presente tan atiborrado, cuesta trabajo ponerse a pensar en el futuro. Nunca nos ha faltado ingenio como humanidad para pensarnos en el futuro como tiempo verbal. La ficción científica se ha encargado de explorar tantos escenarios hipotéticos halagadores y terribles de nuestra vida en el futuro. Derivado de nuestro egocentrismo humano, o tal vez de que todavía nos rascamos la cabeza cuestionando si hay alguien más en el universo o en esta cuerda del multiverso, todas esas historias utópicas o distópicas asumen que estamos ahí, sobreviviendo, colonizando, peleándonos. Siendo nosotros mismos, pues.

Como ciudadano de mi tiempo, activé todas las notificaciones posibles de noticias sobre el telescopio James Webb. Las leo todas, o casi todas. Las que entiendo y las que no. Porque me hacen sentir que hacemos de manera científica un ejercicio irónico, casi contraintuitivo. Ese telescopio tan distante captura una luz que se produjo hace un montón de años. Le toma fotos al pasado, y eso está muy bien porque nos ayuda a entender el origen del todo y cuántos dientes tienen los engranes del cosmos. No sólo eso, esas fotografías que nos muestran ese pasado remoto lleno de luces y brillantinas estelares de objetos que emitieron luz en un pasado que sigue ocurriendo, nos ponen a pensar en el futuro. Porque la esperanza, como dicen los humanos, es lo último que muere.

Apenas hace un par de días, un grupo de astrofísicos utilizó el telescopio para estudiar exoplanetas y encontraron, por primera vez, dióxido de carbono en la atmósfera de un exoplaneta -un planeta fuera del Sistema Solar. Cualquier entusiasta del espacio podrá decir que hay dióxido de carbono hasta debajo de las piedras en la bóveda celeste. Sin embargo, los científicos que están estudiando al WASP-39b aseguran que este hallazgo ayudará a estudiar planetas que tengan condiciones más parecidas al nuestro y seguir explorando la viabilidad de vida humana en ellos. Éste es el momento en el que uno prefiere los nombres de esos dioses romanos libertinos y asombrosos antes que el muy científico y sistemático nombre WASP-39b. El nombre viene de las siglas en inglés que resumen Wide Angle Search for Planets, o Búsqueda de Planetas de Gran Angular.

Aunque el WASP-39b orbita una estrella muy parecida al sol demasiado cercana como para considerarlo habitable, el hallazgo prueba que el telescopio Webb puede ayudar en la búsqueda de planetas parecidos al nuestro. Esto abre, naturalmente, la pregunta casi filosófica: ¿planetas para mudarnos? ¿Y qué si hay otros inquilinos ocupándolo ya? Se me ocurre, por el sesgo natural de mi profesión, que éste es el argumento más sólido de por qué necesitamos a las ciencias sociales. Mientras los astrofísicos usan el gran angular para imaginar con más fehaciencia un futuro humano que permita un nuevo comienzo, habrá que reimaginarnos mientras a nosotros mismos como comunidades y como especia. Claro que los astros no están alineados como para que tengamos una discusión relajada y sin prisa de la supervivencia de la especie. Los veranos son más calientes y los fenómenos meteorológicos más agresivos. Se termina el agua y los virus parecen haber puesto un tabique en la compuerta que pensábamos cerrarles en las narices.

Buscar ese futuro de borrón y cuenta nueva en un planeta parecido al nuestro necesitará humanos que sepan sobrevivir mejor juntos. De otro modo, no haremos más que probar cierta la profecía de que, en el final de los finales, bailaremos al ritmo del más salvaje sálvese quien pueda. Como banda sonora, valga el comentario, estrenaré el próximo siete de septiembre -número cabalístico por excelencia- una canción del apocalipsis. Firmada con mi nombre de calle, Pepe Cetina, y en todas las plataformas, claro está, para unirme al pandemónium de sobreinformación del que confesé estar pasmado en el inicio de esta nota.

para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, planes para el fin de semana, Qatar 2022 y muchas opciones más.

@elpepesanchez

Google News

TEMAS RELACIONADOS