Cuánta cosa tan crítica -e incluso tremendísima- ocurre en el país mientras estas letras se aferran un rato a la pantalla de alguien, querida ciudad. No importa cuándo leas esto, alguno de los problemas públicos más graves de México está mostrando su arista más afilada en alguna calle, departamento, cuenta de banco o dependencia. Es una crítica sensata, en ese sentido, pedirle al Ejecutivo Nacional que importe lo importante. Porque en un sistema político y social de recursos siempre escasos, una de las tareas más complejas que le conferimos al gobierno es investigar cómo lidiar con esos problemas y cuál atender primero. Claro que los gobiernos nacionales son un aparato enorme y multifacético que cuenta con equipos -secretarías, ministerios, dependencias- para hacerle frente a más de un atolladero a la vez.

Con todo, la agenda pública importa, justamente, porque deja ver a qué le dedica recursos, tiempo y discurso un gobierno. No es menor lo último, aquello del discurso. Porque definir prioridades y administrar recursos va mucho más allá de abrir una hoja de cálculo y desmenuzar nuestros centavos entre las secretarías y programas gubernamentales. Dado que los problemas que atiende un gobierno son públicos, el hecho mismo de reconocer un problema, asumirlo como un problema que nos importa como sociedad y definir qué queremos decir exactamente cuando hablamos de ese problema debería importar un montón.

Podrá sonar muy abstracto, querida ciudad. Esto de la construcción social de un problema. Pero un ejemplo burdo a veces ayuda. El congestionamiento vial puede pensarse como la frustración mía por manejar todos los días del punto A al punto B durante una hora y media en una fila interminable de coches. Y también puede asumirse como un problema público que afecta a casi todos los habitantes de la ciudad, cuyas consecuencias van más allá de la frustración de los viajeros. Que un gobierno asuma un problema como el congestionamiento vial como una prioridad en la agenda pública importa. Y la manera en que ese gobierno apunta en su agenda de qué se trata el problema es igual de relevante.

Parece una obviedad, pero la interacción de un gobierno con la ciudadanía y el nivel discursivo del gobierno al hablar de cómo trata los asuntos de la agenda pública son igual de importantes que el presupuesto que se destine a resolver esos problemas. Por eso no es un hecho menor que se destinen tantas conferencias matutinas a explicar, enredar, tratar de desenmarañar y reivindicar el asunto de la rifa del avión presidencial. Y tampoco es menor que hagamos el caldo más gordo al criticar agudísimamente cada traspié de ese intento de rifa simbólica. Porque caemos en la trampa de dejarnos llevar por eso, que puede ser digno de discutirse por escandaloso, por disparatado, sin que podamos ponernos del otro lado de la balanza, evitando que se hundan en el olvido otros temas que son igual de escandalosos y harto más importantes que la rifa del avión, los cachitos, los tamales y los déjà vus de presidentes anteriores.

Quién soy yo para decirle a todo el mundo que no se vaya con la finta. Pues eso, nadie. Ni para eso ni para para recetar la dosis adecuada de memes y bromas alrededor del avión para luego dejar tiempo y cabeza para discutir lo apremiante de verdad. Lo cierto es que entre el titular del Poder Ejecutivo nacional y un ciudadano compartiendo gifs con su tableta en la sala de su casa, sí hay una asimetría de poder, de capacidad de fijar la agenda pública. Hay una distancia no tan metafísica entre la responsabilidad cívica del Presidente y la de un tuitero promedio, por mucho que el propio Presidente se empeñe en tratar de hacer parecer esa distancia menor. Siempre podemos hacer pedazos en las redes a quienes, a nuestro entender, hagan improperios, defiendan lo indefendible y se expresen de maneras atroces y básicas. Pero no es pedirle demasiado al Ejecutivo Nacional mantener ciertas formas, un discurso más limpio -sin albur, especialmente en esta semana de apodos inusitados-, una comunicación sencilla pero digna de quien representa los intereses, preocupaciones y anhelos de un país entero.

Esto no tiene nada que ver con tecnicismos, palabras rimbombantes o infografías reveladoras. Se puede mantener una voz fresca y cercana a la gente sin reducir la riqueza discursiva a lo que uno encontraría en cualquier sitio de memes.

Ahora que le da a mucha gente por criticar al Presidente usando tuits viejos de él mismo en campaña, a mí me da por echar en falta esa voz tan distinta a la que ahora se escucha desgastada tras un año de sentarse en el despacho presidencial. Y hablando de trayectos imposibles, cuánta distancia hay entre esa voz que aseguraba que hay aves que cruzan el pantano y no se manchan. Que su plumaje era uno de ésos. Cuánta distancia y qué lejanía entre esa voz y la de ahora. Fuchi, pues sí. Entre otros vocablos que se atropellan en el teclado.

@elpepesanchez

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