Ahora que estamos en épocas de plantear consultas con preguntas tan raras que parecen capciosas, me permito lanzar una consulta relámpago en términos similares. ¿Usted quiere que México crezca en producción científica y que al país de cabo a rabo le vaya bien? No sólo eso, sin afán de sonar tirano, le adelanto que una mayoría aplastante acaba de contestar, luego de leer estas dos líneas, que sí.

Se preguntará, entonces, ¿de dónde viene este impulso por la desaparición de fideicomisos de ciencias y artes? En un primer saque, quienes la promovieron argumentaron que se sabía que tales instrumentos se utilizaban para desviar dinero público. Aseveraciones de esa magnitud, estará de acuerdo, difícilmente pueden lanzarse así, sin un puñito de evidencia que las soporte. Como el argumento flaqueaba por muchos lados, la nueva justificación de desaparecer los fideicomisos fue que, ante la crisis, el gobierno tenía que echar mano de donde pudiera para concentrar esfuerzos en lo urgente. Una idea sensata, claro, hasta que se piensa que proyectos como el tren, el aeropuerto y la refinería habrían significado una cantidad considerablemente mayor de recurso y tampoco eran urgentes en estos días azarosos D.C. (Después del Covid).

Como el asunto quedó poco justificado y muy embarrado de ideas sin fundamento, el respetable público quedó con una maraña difícil de desanudar en donde los fideicomisos eran utilizados por científicos malvados que viven como magnates en coches movidos por uranio enriquecido. Que la ciencia es neoliberal y, por defecto, terrible, y que las películas ni estaban tan buenas, la netflix.

Ante una madeja que provoca tanto desasosiego, vale la pena preguntarse ¿hay, en verdad, una ciencia neoliberal y mal intencionada? Cuando se entrena a un investigador, se le satura la cabeza con nociones básicas y profundas de cómo entender la realidad y con qué métodos sistematizar qué entendemos de lo que entendemos. Cuando se comparte este conocimiento, se entrena al investigador para reportar el producto de la investigación de una manera neutral, clínica, casi inerte. Los primeros borradores de jóvenes investigadores son reducidos a escombros porque se pide al investigador que olvide todos los adjetivos que conoce mientras escribe un artículo científico. Porque la ciencia no es buena no mala. Del mismo modo que al calentamiento global le importa un rábano si creemos en él o no. Simplemente es y se manifiesta aunque no nos guste o no podamos observarlo (pero sí podemos, de veras). Lo decía con más elegancia Carl Sagan: el universo es indiferente a nosotros. La ciencia también. ¿Usted cree que a la ciencia le importa quién asuma la dirigencia del partido?

La ciencia responde otras preguntas, y lo hace sin adjetivos. Porque el científico no trata de juzgar la realidad sino de entenderla. Que las abejas dibujen en el aire patrones complejos en una suerte de danza o que el ser humano tome decisiones basadas en una racionalidad siempre limitada no son fenómenos buenos o malos. De ahí que sea un absurdo llamarle ciencia neoliberal o ciencia maligna. Como cuando veíamos esas caricaturas donde el científico loco se carcajeaba con malicia frente a máquinas llenas de lucecitas.

Lo cierto es que la ciencia tiene aplicaciones que vaya que pueden tener dirección, intención, consigna, descaro. Pero es hasta ese punto donde entran los adjetivos en juego. Está en manos de quienes elegimos colectivamente para tomar decisiones importantes lo que viene después y también lo que está antes de la ciencia. Me explico: ¿de qué nos sirve que científicos mexicanos respondan preguntas, generen desarrollos susceptibles de mejorar al mundo si se quedan ahí atorados en los laboratorios? De ahí que países desarrollados hayan entendido la importancia de conectar la innovación científica con empresas públicas y privadas que puedan transformar esa innovación en desarrollo económico e, idealmente, bienestar comunitario.

De modo similar, antes de que esa innovación ocurra y se conecte con aplicaciones prácticas, la ciencia necesita espacio, materiales y gente para investigar, ir y venir entre hipótesis, avanzar un milímetro el entendimiento de la realidad. ¿De qué otro modo piensa usted que esos países que brillan por su producción científica logran esos resultados? Hay sistemas estables y sólidos que crean las condiciones necesarias para que se produzca ciencia.

¿Que cualquier flujo de recursos públicos es susceptible de corrupción? Desde luego. Pero el estereotipo de científicos y artistas derrochando dinero no tiene sustento alguno. El ingreso de los investigadores y artistas en México es muy inferior al de otros países desarrollados y en desarrollo. Comparar el ingreso de quienes trabajan en la economía informal con el de investigadores es absurdo. Claro que los millones de mexicanos que viven en pobreza tienen que ser mejor remunerados, pero el objetivo de cualquier gobierno debe ser concentrarse en que los más desfavorecidos vivan mejor, y que nos vaya bien a todos. ¿Cuándo aceptamos ese mantra en el que es preferible que nos vaya mal a todos para que las cosas parezcan justas?

No hay evidencia suficiente para afirmar que la economía mexicana se hundió por un manejo inadecuado de la crisis total que implica la pandemia. Adversidades como éstas ponen en jaque hasta a las economías más potentes del mundo. Pero de extinguirse los fideicomisos de ciencias y artes sí habrá elementos para que la Historia nos recuerde en el futuro el punto exacto en el que se llenó de piedras el camino incipiente que había construido la ciencia y el arte en México.

@elpepesanchez

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