Tantas cosas tan tremendas allá afuera y uno pensando en los dinosaurios. Existe una fascinación particular en muchos humanos -no nada más es mía- por entender de dónde venían, qué comían y cómo desaparecieron los dinosaurios. Tanto hemos estado ahí, mirando huesos petrificados encontrándole sentido a la historia que incluso ahora hay hipótesis que sostienen que son más parientes de las aves que de los reptiles y que algunos hasta plumas tenían. Buena parte del tiempo que se dedica a investigarlos lo hace sobre ese réquiem que borró de un plumazo a criaturas tan lejanas que parecen fantásticas.

Se sabe del impacto de un meteorito hace algunos sesenta y cinco millones de años en lo que hoy es México que habría provocado la extinción. Si uno busca en Google Impacto de Chicxulub se aparece, junto con los resultados de búsqueda, un meteorito cruzando la pantalla. Seguramente a los triceratops les parecería esto una broma de pésimo gusto. Acompañan a esta hipótesis del impacto de Chicxulub una serie de sub hipótesis de cómo el meteorito pudo borrar a todos los dinosaurios. Ciertamente, se piensa que con sus ciento ochenta kilómetros de diámetro es uno de los impactos en la Tierra más grandes jamás registrados. Poquito más que la distancia entre la CDMX y Querétaro. Lo atroz no fue el impacto, dirían en trazos gruesos los estudiosos, sino lo que provocó después.

La revista Nature Geoscience publicó esta semana un estudio firmado por un grupo de investigadores encabezado por Cem Berk Senel con una explicación de una belleza terrible y poética. De acuerdo con el artículo, el impacto habría generado una nube de polvo de silicio y sulfuro. El equipo de investigación hizo una serie de simulaciones y llegó a la conclusión de que bastó una película fina de este polvo que se mantuvo durante quince años en la atmósfera terrestre para bajar la temperatura global hasta quince grados centígrados, provocando un invierno peor que cualquiera de Game of Thrones. Esta disminución dramática de temperatura y la interrupción casi repentina del proceso de fotosíntesis en todo el planeta explicaría la desaparición -muy sufrida, si se le piensa en términos de frío y hambre- de los dinosaurios.

Pienso que esta curiosidad perenne en descubrir el fin de los dinosaurios es una suerte de ritual humano de poner nuestras barbas a remojar. La literatura y el cine han especulado tanto sobre invasiones extraterrestres o conflictos nucleares estrepitosos. Y aunque no puede negarse del todo ninguna de esas posibilidades, el fin del mundo -o de nuestro mundo y nuestra historia- podría ser similar a la de los dinosaurios. Bastará con subirnos el termostato unos grados para que todo cambie y nada vuelva a ser como antes, si es que ese antes todavía existe en algún molde de hielos con escarcha. Estos tiempos oscuros como nube de silicio nos recuerdan que no hemos dejado de pelearnos por arrebatarnos espacio en el planeta. Se nos asfixian las abejas, nos golpean huracanes a diestra y siniestra y se nos derrite todo lo que siempre dimos por sentado. El multiverso no tuvo la cortesía de avisar a los dinosaurios que el fin era inminente, pero nosotros estamos muy ocupados buscando los límites de la miseria humana como para abrir el cúmulo de correos sobre un final que empezó hace ya varios grados centígrados. Una nube de oscuridad es, a la vez, una explicación absolutamente concreta y una metáfora de lo que nos hermana con el réquiem de los dinosaurios.

@elpepesanchez

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