Cuando Julio César viajó a Egipto, se dice, cayó en cuenta de la gravedad del desfase e imprecisión en la manera en que se contaban los años en Roma. Encargó a Sosígenes la difícil tarea de imitar el muy puntual calendario egipcio -harto útil en tiempos donde la agricultura era casi todo-. El calendario juliano, que cuelga todavía en nuestras cocinas y talleres mecánicos tenía ya desde entonces trescientos sesenta y cinco días y un ajuste de un día adicional cada cuatro años (creando años bisiestos, como éste mismo), para compensar las casi seis horitas en que, de cuando en cuando, llega tarde a la cita de año nuevo la estrella Sirio.

Calendario en mano, Sosígenes y Julio César tenían frente a sí la tarea de ajustar el desbarajuste que era el calendario romano para comenzar a contar con precisión años de trescientos sesenta y cinco días. La salida más elegante que encontraron fue hacer del año en curso, 46 A.C., el más largo de la historia, de modo que pudiera iniciarse como dios o los dioses mandaban. A ese año de ajuste se le conoce como “el año de la confusión”.

Se me ocurre, querida ciudad, que por razones distintas e insospechadas nos toca vivir un año cargado de confusión. Alarmas epidemiológicas que se encienden por todas partes y lujosos cruceros que navegan andariegos buscando un zaguán abierto suenan parte de una película ciberpunk que no pedimos vivir. Y en la cancha local ya teníamos una serie de preocupaciones que también generan confusión. Por necedad, prefiero usar este espacio para hablar de la convocatoria al paro nacional de mujeres el nueve de marzo. Y porque, por muy funestas que se pongan las cosas allá afuera, ya tenemos aquí una dosis de desesperanza que amerita que el tema de los feminicidios no pierda importancia y peso en la agenda pública.

Los recientes asesinatos de Ingrid y Fátima cimbraron a la ciudad. Valdrá la pena preguntarse en otro momento ¿por qué estos casos y no tantos otros cuya crudeza es proporcional a la velocidad con que se acumulan y se hacen perdedizos en la memoria colectiva? Lo cierto es que ignoramos tanto de un fenómeno tan terrible como añejo en México: la violencia contra las mujeres. Pareciera que las cruces rosas que nos recordaban a las muertas de Juárez son de otra vida lejanísima en la que resolvimos un problema vergonzoso. Pero no ha hecho más que empeorar. Los casos recientes apenas nos empujan a contarlos pero ha habido un esfuerzo casi nulo por entender qué hay detrás de toda esa violencia y tantos decesos. Los feminicidios de Ingrid y Fátima nos hacen sacudirnos en escalofríos y abandonarnos al egoísmo más elemental en el que damos gracias al cielo porque no fue nuestra hermana, esposa o amiga. Nos llenamos de espanto, no nada más ustedes, mujeres. Hasta los canallas que se burlan de la tragedia y comparten chistes machistas en medio de este desasosiego sienten esa vulnerabilidad y la cubren con las bromas más idiotas.

Lo tremendo de los más recientes casos -de los que nos enteramos, hay que decir claro- nos llena de rabia, impotencia, miedo e infinita tristeza. Y luego, nos paraliza a casi todos, menos a ellas, quienes han pegado de gritos y coordinado un alto de golpe en su camino, una ausencia simbólica que alcance a hacer eco a una demanda sólida: ya basta. En un mundo donde todo se está moviendo y donde impera la intrascendencia, se quedan quietas para que todo cambie.

Cierto es que hay para quienes el no hacer nada es una decisión voluntaria. Pero no para todos. En el azoro, a muchos otros les da por congelarse y no saber qué hacer. No los culpo, es el año de la confusión. De ahí que sean pertinentes las preguntas "¿qué hago como hombre el nueve de marzo? ¿cómo muestro más que mi simpatía y coraje más allá de un tibio laissez faire? ¿cómo me sumo a la causa sin robármela, sin empañarla de una empatía que nunca va a acabar de ser cierta, porque en este México tan violento hay niveles de fragilidad, y nuestras mujeres siempre pierden la partida? ¿cómo no ser un completo cretino al entender que las batalla simbólicas por un lenguaje equitativo y las concretas por un Estado de Derecho que, dentro de sus agujeros, no sea más proclive a que la impunidad venga subsidiada por las mexicanas? ¿cómo decir que uno quiere mucho su ciudad y su escenografía pero quiere todavía más a los personajes que la habitan? ¿de qué modo no darles la razón de que hay un viejo y obsceno patriarcado, de que nuestra parálisis es manifiesta cuando permanecemos en los grupos de chats donde las mujeres son un puro objeto de deseo físico o de mofa, de que una parte del problema de tratar con respeto el más espantoso feminicidio está en funcionarios sin alma que filtran fotografías pero otra parte está en nosotros, quienes nos enteramos y no usamos el freno de la dignidad sino que buscamos frenética y morbosamente las fotografías en cuestión?“

Cómo no van a estar enojadas, cómo no entender -distinto a justificar- que en su angustia quieran despedazarlo todo. Porque en ninguno de los añicos de cristal están las que nos faltan. Porque ese Uber en el que venían nunca ha de llegar, porque los mensajes que les mandaron sus familiares van a quedar por siempre no leídos. Claro que quieren hacerlo solas, porque poco bien les ha hecho nuestra compañía, nuestro silencio e indiferencia. Porque si generalmente las hiciera sentir más fuertes la presencia masculina no tendrían necesidad de convocar a un paro. En este año de la confusión, la más franca solidaridad no está simplemente en dejar que hagan lo que quieran. Apoyar desde el escritorio tiene un mérito y, todavía más, un efecto cero. “Que lo quemen todo”, dicen algunos. Como si les encargáramos otra labor a la que no hemos querido entrarle.

El miedo nos paraliza, pero en este año bisiesto de confusión, su inmovilidad es racional, premeditada, consciente. La de nosotros es mero instinto, pura reacción ante el miedo. Nos toca hacer mucho más que admirar el paro del nueve de marzo en la reconfortante pasividad. La única manera de salir de la confusión es entendiendo lo que pasa, estudiando el feminicidio como un fenómeno de dimensiones tormentosas, de causas múltiples pero identificables, de atención estratégica, constante, inteligente.

Claro que habrá que mantener alta la guardia porque el mundo entero se revuelve en otros males, pero tenemos de frente un nueve de marzo que más nos vale sea mucho más que una ausencia programada simbólica. Celebro el coraje de las que, más vivas que nunca, cuentan los días en el calendario para ello.

Quien, generosamente, le permitió a Julio César aprender un calendario más preciso y sentar las bases para el sistema de calendario que rige nuestro tiempo hasta hoy fue Cleopatra. Que la fuerza de la faraona las acompañe este nueve de marzo, queridas mujeres.


@elpepesanchez

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