¿Quién no ha estado parado en este punto del calendario sopesando las virtudes e infortunios del año que termina? Un ritual igual de afianzado que salir corriendo con maleta en mano y, si me apresuras, tal vez igual de útil. En cualquier caso, se me antoja un poco más entretenido imaginar el contenido del 2024 y dejar en paz el almanaque más reciente. Y aunque nos empeñemos en vendernos el pensamiento mágico de que todo se irá desatorando el año que viene, hay un placer relativamente lúgubre en tratar de anticipar lo que será complejo también en los días venideros.

Hoy, las inteligencias artificiales tienen desde usos muy básicos hasta otros relativamente más sofisticados. Una estudiante puede pedirle a ChatGPT que escriba un ensayo sobre la justicia rawlsiana en el tono de una persona de diecinueve años o encargarle a DALL-E una ilustración digital de una rebanada de pan de caja surfeando en un mar de gatos persas. Hay quienes hacen que estos grandes modelos de lenguaje (la manera en que operan inteligencias artificiales como ChatGPT) escriban novelas al estilo de la saga de Juego de Tronos, o quienes tienen a computadoras todo el día redactando contratos o plantillas para constituir una sociedad de capital variable. Desde lo más mundano hasta lo más sofisticado, este año mostró apenas la punta del iceberg que será el uso de inteligencias artificiales de aquí en adelante, pienso.

Lo que viene es la integración del uso de computadoras y estas herramientas al uso cotidiano de una manera más portátil y constante. Hace varios años el ratón de una computadora suponía una revolución en la manera en que los humanos interactuamos con las máquinas. Sin darnos cuenta, un cambio similar es el que podamos hoy gritarle desde la cocina a Alexa que nos ponga una estación de música romántica. Aunque tiene sus ventajas, sistemas de reconocimiento de voz tienen todavía limitaciones. ¿Qué pasa si ponemos a veinte de esas bocinitas escuchando instrucciones de un montón de humanos pidiendo datos, preguntando recetas, prendiendo y apagando la música? Sin embargo, en el horizonte nada lejano están las interfaces cerebro-computadora.

Se trata justo de lo que estás pensando. Encontrar el modo en que el cerebro se conecte a una computadora que entienda instrucciones y responda a estímulos que ya no vendrán de nosotros pulsando el teclado, desplazando el pulgar en el teléfono o hablándole a una bolita parlante. Ya existen dispositivos cuyo propósito es asimilar nuestro pensamiento y, hasta ahora, registrarlo. Imagina una diadema parecida a la que utilizan en un call center. Pegadita a la sien y la barbilla, y capaz de capturar lo que pensamos y transformarlo a texto. No es mentira. Los dispositivos de hoy tienen una precisión de poco más del 50% registrando el pensamiento humano. Y todavía no empieza el 2024.

Como todo, la tecnología siempre asoma la promesa del progreso y la armonía. Aunque no necesariamente vivimos en una distopía estilo Mad Max, el niño que fui se siente defraudado de que ciertamente no vivimos como los Supersónicos. Las interfaces cerebro-computadora tendrán un montón de posibilidades. Entre ellas, podríamos pararnos frente a un humano de cualquier latitud, hablar en idiomas diferentes y comunicarnos en tiempo real gracias a un dispositivo que, ojalá, no nos haga ver tan androides. Resulta de lo más irónico que, en un tiempo en el que los grandes modelos de lenguaje y las computadoras pueden ayudarnos a comunicarnos más y entendernos mejor, el año que viene pinta para ser uno en el que impere la nula tolerancia, la poca apertura a una discusión madura de la realidad, el fanatismo y la polarización. Escuchando las voces líderes y radicales que apelmazan apoyo fundamentado en el hartazgo en todos lados, uno a veces piensa que no estaría tan mal que se asomara en algún momento una candidatura robot, como aquel cuento viejo de Asimov.

Entretanto, y para no volvernos tan metálicos, abraza a la inteligencia artesanal que tengas a un lado. A mí me basta con utilizar hoy una tecnología casi prehistórica para llamarle a mi padre y escuchar su voz orgánica y siempre cálida, y celebrar que estamos vivos. Destapar una botella de cualquier brebaje con la humana que apuesta sus ideas y sus plaquetas por quedarse junto a mí. El lujo inmenso de tener un plato de comida de frente. Como dice el David Aguilar: ya es resistencia vivir. Nos vemos en 2024.

@elpepesanchez

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