Me preguntaron hace algunos días cómo me sentía siendo un aficionado cementero al ver a mi equipo romper una maldición que duró demasiados años. Intuyo que no soy el único para quien todo parecía muy extraño. No es para menos, la última vez que viví un momento similar fue en 1997. Tanto ha cambiado el mundo y yo en estos veintitrés años que mi único marco de referencia era ese yo de la infancia que probablemente estaba contento, pero tal vez no tanto como esta vez en que los memes nos favorecen.

En ese pasmo de sentirse parte de un grupo y celebrar la victoria de unos futbolistas que no tienen idea de mi existencia, me puse a pensar en lo mucho en que creemos que la política es como el futbol mexicano. La democracia se nos antoja un término tan tremendamente ajeno y abstracto que nuestro único marco de referencia es una contienda deportiva con un balón y dos uniformes. Aunque una final de liguilla y un día de elecciones pueden llamarse perfectamente fiestas y triunfos de la humanidad, el futbol y la realidad político-social mexicanas guardan sendas diferencias de las que deberíamos estar más conscientes.

Para empezar, heredé de mi padre la afición por el Cruz Azul. No hay misterio allí, se nos da a los humanos la imitación como cuando aprendemos un lenguaje. Nos sentábamos en el entonces estadio Azul cuando todavía no existían las barras y las mafias deportivas eran negocios incipientes. Del mismo modo, heredamos por imitación afiliaciones políticas. Porque así son las cosas, porque alguien en nuestra familia leía uno u otro periódico, o porque la inercia de recibir una dádiva inmediata lo vuelve todo más simple. Como si un domingo, ya era uno de izquierda o del régimen. Cuántas veces he escuchado a conocidos y no tanto explicar que votan por el partido de su preferencia nada más porque sí.

Segundo: parte de la belleza del futbol radica en su simpleza. El fuera de lugar es, tal vez, la física cuántica de entender de qué va el juego. Por lo demás, no hay que estudiar gran cosa para entender que un cuatro cero es difícil de remontar, y que aunque el Azul haya ganado de visita, no hay garantía y sí hay goles dolorosísimos del portero rival. El problema es que la democracia mexicana no puede ser más distinta a un partido de futbol. Se nos da bien pensar en que todo consiste en aguantar los spots cada vez más miserables, buscar la casilla correspondiente y tachar un par de cuadros. Entonces todo se vuelve muy binario: un equipo gana y el otro pierde. Unos hacen corajes y otros celebran. En el futbol, terminado el partido se enfila uno al Ángel y celebra la victoria. Claro que esto no es una reivindicación de quienes hacen destrozos por un juego y se rasgan las vestiduras cuando las mujeres reclaman los miles de homicidios impunes.

En una contienda política, en cambio, las elecciones son apenas el principio. Corresponde a todos, pero especialmente a quienes apoyaron al candidato con más votos, estar informados y exigir el gobierno que merecemos. Porque aquí no hay campeón ni rey sino mandatario, y el mandato es responsabilidad de todos. Sin importar el color del equipo que está a cargo, la democracia en México se trata de que las medicinas lleguen a tiempo, los estudiantes encuentren maestros y escuelas abiertas, y las decisiones para generar empleo, desarrollo y libertad se tomen con la mayor dedicación.

Discutimos en las redes sobre política con el mismo fervor con el que negamos un penal, pero nos cuesta mucho trabajo pensar en la democracia como algo más que una mera contienda. Por eso no hemos sabido romper con una maldición más larga que la del Cruz Azul, en la que, sea cual sea el resultado de las elecciones, los mismos canallas de siempre apelmazan la riqueza más obscena. Por eso las campañas electorales de nuestros días se tratan de candidatos bailando o diciendo sandeces con la ilusión de convertirse en memes. Cuando lo único que importa es pensar que ganó nuestro gallo, el espacio para discutir cómo resolver de forma lenta pero sostenida los más terribles problemas del país es nulo. Nunca va a salir una visión política y una plataforma social que se alimente de perspectivas plurales y constructivas mientras sigamos pensando que la democracia en México empieza y acaba votando. Acaso allí radica una de las pocas similitudes entre la política mexicana y el futbol nacional: bajo esta visión tan estrecha de democracia, sin importar quién gane, es difícil dejar de pensar que siempre perdemos por goliza.

Pepe Cetina

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