En la historia de la humanidad hay épocas de expansión y épocas de decadencia. Pasa como en la vida de las personas: las personas nacen, crecen (o sea tienen periodos de expansión) y luego decaen. Lo mismo les pasa a las sociedades y las culturas: hay épocas de surgimiento, de expansión y de decadencia.

Algunos signos característicos de los periodos de decadencia que parecen propios de nuestra época son:

I. La caída de los valores éticos (Hoy vivimos un momento importante de relativismo y posverdad).

II. La pérdida del lenguaje (Mientras menos palabras se tienen, menos posibilidades de pensamiento y esto está pasando en todos los idiomas a nivel global).

III. La vulgarización de la cultura (Pasamos de lo sublime a lo inmediato).

IV. Pesimismo (Ejemplos en la cultura: desde la segunda parte de la década de 1980 es notorio en el cine y la literatura).

V. El aburrimiento (Falta de energías vitales: adicciones).

VI. La pérdida de sentido (El incremento de la ansiedad y depresión).

Las épocas de decadencia traen consigo dos grandes riesgos:

Por un lado, pueden ser el anuncio de la terminación de un modo de vivir, de un mundo que está por terminar, aunque a veces sean procesos que duran mucho tiempo.

Y por otro —y esto quizás sea lo más difícil— porque las personas que les toca vivir ese momento suelen ser personas insatisfechas, con un profundo aburrimiento, altamente infelices.

Ross Douthat, en su libro La sociedad decadente: cómo nos hemos convertido en víctimas de nuestro propio éxito, señala que: “(…) La palabra «decadencia», bien utilizada, hace referencia al estancamiento económico, al deterioro institucional y al agotamiento cultural e intelectual en un elevado grado de prosperidad material y de desarrollo tecnológico. Describe una situación en la que la repetición es más corriente que la innovación; en la que la esclerosis aflige en la misma medida a las instituciones públicas y a las empresas privadas; en la que la vida intelectual parece avanzar en círculos; en la que los nuevos avances científicos, los nuevos proyectos de exploración, resultan insuficientes en comparación con las recientes expectativas de la población (…)”.

Las épocas de decadencia impactan a las instituciones y la cultura en general, pero de manera particular impacta a cada persona en lo particular. Quienes viven estos capítulos de decadencia no suele tener conciencia de ello, por lo mismo, aunque lo sufren no tienen forma de enfrentarla, sino que simplemente se resignan a vivir en ese ambiente, como si fuera algo inexorable.

Estos capítulos de decadencia son previos a la descomposición del orden establecido que puede ir sustituido por otro, lo cual puede ser catástrofe o un renacimiento.

Regularmente lo que se produce es una implosión, esto es un estallamiento interior, una autodestrucción, que a veces puede durar siglos. Así ocurrió en el Imperio Romano de Occidente: cuando cayó en el siglo V, los bárbaros dirigidos por Odoacro entraron sin disparar una flecha, sin utilizar una espada, entraron caminando. A Roma nadie la destruyó, Roma se autodestruyó. Decía Chesterton que “(…) A Roma no le quedaba nada por conquistar, pero tampoco quedaba nada que pudiera mejorarla (...). Fue el fin del mundo, y lo peor de todo es que no tenía por qué acabar nunca (…)”.

Tener conciencia del momento en que vivimos es importante, ya que de ello depende nuestra superación de manera personal. Se pueden alcanzar existencias, plenas, felices aún en ambientes altamente decadentes. De ello hablaremos en una siguiente participación en este espacio.  

Presidente de la Junta de Gobierno de la Universidad Panamericana - IPADE

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