En nuestra participación anterior, señalábamos como en el mundo estamos atravesando un momento inédito en la historia. El momento que distintos intelectuales han calificado como VICA por sus siglas: volatilidad, incertidumbre, complejidad y ansiedad.

Se trata de un momento complejo para el que muchos países no han estado preparados como se ha visto frente a eventos como la pandemia COVID-19, la crisis económica y la social. Hoy vemos conflictos de fondo que parecen no tener solución.

Comentábamos que las herramientas de política pública, las ideologías y los modelos con los que cuentan los países parecen ser insuficientes para resolver estos conflictos -que de manera contraria a lo que pudiéramos desear- con motivo de la pandemia parecen ir en aumento.

Hoy intentaremos profundizar un poco más en el conflicto entre globalización y nacionalismos emergentes. Conflicto que existe desde la antigüedad, que se ha desarrollado en la historia de distintas formas y en distintas circunstancias. Conflicto para el que en otros momentos se encontraron soluciones plausibles, soluciones que no tenemos hoy.

El que ha sido uno de los mejores modelos de solución del conflicto globalización-nacionalismos fue el implantado por el Imperio Romano en el que los territorios conquistados se sometían al denominado ius commune, un derecho que lograba una especie de mestizaje de los principios generales romanistas con la cultura y visión locales.

Eso lograba que se respetara la cultura local de los pueblos conquistados acoplándose a las reglas del imperio. Cosa que ha ocurrido pocas veces en la historia de la humanidad.

Regularmente las tendencias globalizadoras suelen enfrentarse a las localistas. Las dos guerras mundiales del siglo pasado estuvieron antecedidas por movimientos nacionalistas.

El nacionalismo es un valor importante, incluso necesario en cualquier sociedad ya que es la base de construcción de identidad, de valores, de cultura y de destino.

Es donde el hombre desarrolla su personalidad. A este lo podríamos nombrar como nacionalismo positivo.

Sin embargo, existe otro tipo de nacionalismo que parte de la idea de que para autoafirmarse se requiere excluir lo distinto. Se trata de un nacionalismo inseguro de su identidad que intenta reafirmar artificialmente y que suele ser conflictivo. Baste recordar el nacional socialismo alemán del siglo pasado.

La parte final del siglo XX e inicios del siglo XXI se caracterizaron por el crecimiento de la globalización: los mercados en crecimiento, la construcción de cadenas de valor supranacionales y el desarrollo de la tecnología llevaron a una ola que invadió todo el planeta.

Por distintos motivos, la ola de globalización no cumplió con algunas de las promesas que parecía traer tras de sí. La globalización supuso un crecimiento enorme de las expectativas cuando las posibilidades reales de las economías y los gobiernos no las alcanzaban. Podríamos decir que las expectativas han ido por el elevador, mientras que las posibilidades por la escalera.

Eso ha generado el nacimiento de movimientos nacionalistas negativos en todo el mundo, que acompañados de visiones populistas de la política están generando un ambiente de tensión relevante al que no se le ve solución en el corto plazo.

Hoy nos encontramos un mundo con problemas globales que requiere respuestas globales, baste ver la pandemia COVID-19 o los riesgos del calentamiento global, y al mismo tiempo un mundo urgido de volver a encontrar en su cultura nacional un sentido. Un conflicto que se ha asomado al mundo y para el que al parecer no estamos preparados para dar solución.

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