Al oír a algunos expertos en energía y electricidad , tanto a favor como en contra de la reforma eléctrica presentada por López Obrador, llegué a la conclusión de que la reforma de Peña Nieto sí ameritaría algunos cambios que limiten ventajas excesivas para algunas empresas que han invertido en ello (los contratos leoninos), y que se estimule de nuevo la generación de energía mediante el agua (que es limpia). Pero no estoy de acuerdo en el monopolio de la distribución ni con dar prioridad al combustóleo y el carbón como fuentes de energía. Podrían discutirse muchos puntos más (como el hecho de que la reforma de AMLO pudo haber violentado el T-MEC, con consecuencias negativas para nuestro país). Lo ideal, en una democracia, hubiera sido sentarse a negociar con la oposición para lograr una reforma positiva al país bajo algunos acuerdos de los partidos (aunque eso implica que también se hagan algunas concesiones). Sobre todo, cuando el partido oficial ya no tiene la mayoría calificada. En efecto, el movimiento cívico (más que partidista) de 2021 a favor del “voto útil” para la Cámara de diputados (que insistía en que no se trataba de votar por las bondades, programas o líderes del PRI , PAN o PRD, sino contra la mayoría abrumadora de Morena para poner un contrapeso eficaz), dio resultado. Se alejó al bloque oficialista de la mayoría calificada en más de 50 asientos, los cuales se intentaron recuperar comprando (y amenazando) al PRI. Pero éste, pese a todo, se mantuvo en la coalición opositora.

Bajo esas circunstancias, lo más racional era sentarse a dialogar y negociar una reforma mejor que la de Peña, hacer cambios, mejorar condiciones, cuidar no violentar el T-MEC, reducir la corrupción , fomentar la inversión, etcétera. Eso hubiera ocurrido en una democracia funcional. La nuestra no lo es, y en este gobierno menos aún, pues el presidente no es alguien dispuesto a oír, hablar, dialogar ni negociar. Pero AMLO no es un reformista, sino un revolucionario. Lo ha aclarado mil veces. El reformismo va de la mano de la democracia; la revolución va junto a la autocracia, pues no acepta concesiones, considera enemigos y traidores a los adversarios, impone su programa, no lo negocia. Es todo o nada, con o contra la revolución, no hay medias tintas. Así es imposible avanzar en una democracia, pero más vale una cierta parálisis legislativa que un gobierno populista y autocrático con el poder suficiente para hacer cualquier ocurrencia o tontería que guste. En ese sentido fue un claro triunfo opositor la elección legislativa federal del año pasado.

AMLO ha dicho que esperará a 2024 para que su partido intente nuevamente aprobar su reforma eléctrica. Supone que ganará las elecciones y que, ahora sí, volverá a tener la mayoría calificada. El primer escenario (el triunfo de Morena) no es seguro, aunque no se puede descartar. Depende de si la oposición logra unirse en torno a un candidato único (o acaso dos, pero uno destacado) que atraiga el voto de quienes quieren retirar a Morena del poder, y que al parecer no son pocos. Y el segundo escenario (mayoría calificada), se ve como una más de tantas fantasías que alberga AMLO en su mente. Claro que para eso quiere quitar a los plurinominales, pues en tal caso con una mayoría relativa de votos podría conseguir mayoría calificada. Pero esa reforma no va a pasar.

Lo que sí podría ocurrir en m ateria eléctrica es que, o bien ganara la oposición y buscara una nueva reforma con las 12 propuestas que hizo (y que en general suenan bien), o si gana Morena, el nuevo presidente buscase las condiciones para una reforma benéfica, pero más moderada que incluyera propuestas opositoras. Dialogar, negociar y pactar. Pero tendría que ser un presidente más realista, aterrizado y sensato que el actual, cuyas derrotas lo van poniendo peor de cómo empezó.



Analista. @JACrespo1

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