Así titulé un libro de 1998, donde se vislumbraba la derrota del PRI en el año 2000. No se veía su desaparición, e incluso se contempló la posibilidad de su retorno en caso de fallar la oposición (como ocurrió después también con el Kuo-min- tang de Taiwán). En esa fecha el PRI en efecto no quedó desvencijado. Gobernaba más de 20 estados y mantuvo mayoría en ambas Cámaras. Ya sin el eje que representaba el presidente, enfrentó conflictos internos que lo debilitó. La auto-imposición de Roberto Madrazo como candidato en 2005 generó nuevas rupturas y llevó al partido al tercer lugar. Enrique Peña Nieto utilizó el enorme poder y presupuesto del Estado de México para allegarse el apoyo de la mayoría de priístas. Y como la otra alternativa, López Obrador, quedó dañado en su imagen desde 2006 (por no haber reconocido el veredicto legal y realizar varios desmanes), se le abrió al PRI la puerta de retorno al poder. Gran oportunidad que Peña perdió, pues si bien logró realizar varias reformas pendientes (el Pacto por México), creyó que estábamos aun en los sesentas y permitió e incurrió en una corrupción sin límites ni pudor. Los ciudadanos se lo cobraron en 2016, donde el partido perdió 9 de 12 gubernaturas. Y si bien en 2017 ganó a la mala el Estado de México y Coahuila, era claro (aunque no para ellos) que en 2018 no tendrían ninguna oportunidad. En lugar de aliarse informalmente con el PAN como en otras ocasiones para enfrentar a la izquierda, se enfrentó con él, dejándole el tapete puesto a López Obrador. Gran tsunami para los partidos tradicionales, pero más para el PRI que para el PAN (que eventualmente podría recuperarse).

En 2018 y 2021 el PRI perdió varias gubernaturas más y es probable que pierda las que le quedan, de modo que llegará a 2024 probablemente sin ninguna. El grueso de priistas se pasa a Morena al no ver ya muchas oportunidades dentro del tricolor, y los gobernadores priistas rinden la plaza para lograr al menos impunidad (y quizá algún cargo). En alianza con el PAN y el PRD, el PRI logró el año pasado elevar su bancada de 43 curules a 71; algo es algo. Pero no basta. Y bien saben esos tres partidos que la única posibilidad (que no garantía) de derrotar a Morena es con un candidato único. Algo que por sí mismo no es tan fácil de conseguir, pues entre otras cosas tienen que ponerse de acuerdo en el método para elegirlo, y convencer a MC a sumarse (lo que tampoco se ve sencillo, aunque no se descarta).

En tan frágiles circunstancias, viene el ataque certero a su presidente Alejandro Moreno como una venganza por no haber instruido a su bancada a votar la reforma eléctrica. Eso pone al PRI y a la oposición en un predicamento; si continúa Alito en el PRI (mientras no lo consignen), seguirá debilitando a su partido y poniendo en entredicho la eventual coalición opositora. Difícilmente el PAN se aliaría a ese PRI. Sería pues matar dos pájaros de un tiro para AMLO: vengarse de Alito y romper u obstruir la coalición opositora.

Pero tampoco es fácil pensar que por iniciativa propia Moreno dejará el cargo, ni que una rebelión al interior lo remueva. Esa sería justo la única salida que le queda al tricolor para poder figurar en la coalición, y agarrarse de ahí para seguir sobreviviendo por un tiempo más. La tendencia es, sin embargo, una gradual caída. Muchos priistas pasarán a engordar las filas de Morena, que está más que dispuesto a recibirlos. Es su principal fuente de reclutamiento de “nuevos” cuadros y dirigentes. El PRI está pues en proceso de extinción, no así el priismo, que resurge con gran fuerza y vigor bajo sus nuevas siglas color guinda.

Analista. @JACrespo1

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