Varias fuentes fidedignas aseguran que fue Dante Delgado –entonces aliado de AMLO – quien hacia 2012 le presentó a Alfonso Romo. AMLO había solicitado a Dante que le consiguiera una buena cantidad de dinero para continuar su campaña. Dante lo introdujo con Romo y éste le ayudó recabando esos fondos a través de varios empresarios. Claro, previa conversión de Romo de que AMLO no era lo que antes pensaba de él, sino alguien que en verdad estaba preocupado por el avance del país. Romo fue acérrimo crítico de AMLO antes de eso. Tras leer algún libro de AMLO, había comentado que la visión del tabasqueño correspondía a la del siglo XVII (Voto por Voto, 26/IV/12). Pero cuando conoció a AMLO cambió su imagen radicalmente (sea por convicción o por conveniencia).

Sobre lo cual, el propio AMLO mostró sorpresa, pues Romo “pertenecía a los que, inducidos y ofuscados por la propaganda, creían que yo era un peligro para México”. Que el empresario se le acercara a AMLO lo llevó a hacer la siguiente reflexión: “En mi interior me pregunté por qué este hombre que tiene una buena posición económica nos entendía, cambiaba de opinión y se disponía a ayudarnos. La respuesta… la encontré en la historia: Romo es bisnieto de Gustavo A. Madero… (y aunque) creo que las circunstancias influyen más que los genes en la aparición de los hombres singulares o rebeldes, en este caso no encuentro otra explicación mejor que la de atribuir su actitud abierta, apasionada, echada para delante, al hecho de ser descendiente de quienes lo arriesgaron todo, hasta la vida, por defender con arrojo un ideal” (No decir adiós a la esperanza. 2012). En otras palabras, los héroes de México respaldan el proyecto de López Obrador, a veces a través de sus descendientes.

Para la elección de 2018, Romo jugó el importante papel de convencer a muchos de sus pares de que López Obrador no era el ogro populista que pintaba la propaganda opositora, sino alguien sensato, racional, realista, que podría ser estridente en su discurso electoral pero que en el gobierno moderaría sus políticas. Y el anuncio de que Carlos Urzúa sería Secretario de Hacienda ayudaba mucho a calmar los temores. Varios de los oyentes quedaron convencidos de que en efecto AMLO sería razonable desde la Presidencia. Otros decíamos que, si bien Romo y Urzúa eran sensatos y moderados, AMLO simple y sencillamente no les haría caso una vez en el gobierno. Lamentablemente así fue.

En efecto, Romo quedó una y otra vez colgado de la brocha en sus promesas y acuerdos con sus interlocutores empresariales. Se canceló Texcoco, no se abrieron las rondas petroleras como Romo aseguró que se haría, se reunieron varias veces con AMLO entre promesas y halagos mutuos para que a los pocos días el presidente incumpliera lo pactado, no se tomó en cuenta al sector privado en la regulación del outsourcing, etc. Romo quedó como un referente de lo que podría esperarse por parte del presidente, pero a la inversa; había que oír con atención lo que Romo ofrecía para saber que ocurriría exactamente lo contrario.

Cuando ya nadie le hacía caso, se le invitó a la visita de AMLO a Washington como nueva señal de que importaba la interlocución con los empresarios norteamericanos. Éstos simplemente le dijeron a Romo que no se podía confiar en un país si no cumple sus acuerdos. Pero Romo no pudo en ningún momento cambiar esa directriz, que al parecer es sustancial de la política obradorista; cambiar las reglas a mitad del juego cuando así lo considera. Asegura ahora Romo que continuará su labor de interlocución desde fuera del cargo, pero si ahí no tuvo impacto alguno, ya podemos suponer qué tanta influencia tendrá a partir de ahora; cero. Para muchos, esto es una nueva señal del triunfo de los “duros” sobre los “moderados” dentro del gobierno. Desde luego, porque para empezar AMLO mismo pertenece a los “duros” y se impone su visión; los moderados fungen como parapeto.




Profesor afiliado del CIDE
@JACrespo1

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