Una de las promesas que reiteradamente ha hecho López Obrador durante su larga campaña es “la revolución de las conciencias”. Desde luego están sus obras físicas que cambiarán la cara del país (aeropuerto, Tren Maya, Dos Bocas), y quizá también reformas como la eléctrica, la electoral y la militarización del país. Eso dejará la huella de lo que fue la gran gesta histórica de la “Cuarta Transformación”. Pero hay algo menos tangible que también ha insistido en que será parte de este cambio verdadero; “La revolución de las conciencias”. A mucha gente no le queda claro exactamente a qué se refiere con eso, y en verdad es algo confuso. Podría parecer que la gran mayoría de mexicanos tendría que adoptar el socialismo del siglo XXI, tan venerado por él, y el rechazo sistemático y firme a todo lo que huela a neoliberalismo. Así lo dijo en algún momento; el cambio consistía en que:

“En poco tiempo hemos avanzado mucho; hemos contribuido a cambiar la mentalidad de amplios sectores del pueblo de México. Hemos puesto al desnudo al sistema con sus formas de control y manipulación. Se ha hecho evidente que el PRI y el PAN representan lo mismo… Ahora se sabe más sobre los que verdaderamente mandan y hay más claridad sobre su proceder y avaricia. Estimo que esta ha sido la mayor aportación social y política de nuestro movimiento...” y que “muchos ciudadanos de clase media que antes hasta nos insultaban, han aprendido a respetarnos...”

Pareciera pues que la ‘revolución de las conciencias’ es una cuestión ideológico-partidista, convencer a los ciudadanos sobre la perversidad del PRI y del PAN frente a la prístina honestidad de Morena. En la medida en que más ciudadanos se convenzan de ello, estará en marcha esa revolución ideológica. Pero en otros momentos pareciera que esa transformación tiene que ver más con aspectos morales; erradicar la elevada propensión de ciudadanos y funcionarios a hacer trampas y quedarse con lo que no es suyo; es decir una honestidad anticorrupción, la cual se lograría con el ejemplo del presidente limpio que descendería por toda la estructura política y social, y se internarían esos valores para siempre.

“Predicar con el ejemplo será la enseñanza mayor. Por lo mismo, si el presidente es honesto, ese recto proceder tendrá que ser secundado por los demás servidores públicos… Serán mujeres y hombres de inobjetable honestidad, nadie que tenga antecedentes de enriquecimiento ilícito podrá participar en la función pública… Los gobernantes contarían con autoridad moral para exigir a todos un recto proceder y nadie tendría privilegios” (2012). Una forma práctica para erradicar la corrupción al menos en funcionarios de gobierno. Una revolución auténtica de sus conciencias.

Pero hay otra faceta de ese cambio que tiene que ver con la moralidad cotidiana de las personas, de influencia religiosa, y está vinculada a la ayuda, solidaridad y relación amistosa con los demás. Esta parte está asociada con lo que llamó “República amorosa”. “El propósito es contribuir a la formación de mujeres y hombres buenos y felices, con la premisa de que ser bueno es el único modo de ser dichosos. El que tiene la conciencia tranquila duerme bien, vive contento. Debemos insistir en que hacer el bien es el principal de nuestros deberes morales. El bien es una cuestión de amor y de respeto a lo que es bueno para todos” (2012). Y en cuanto a la violencia, se aplicaría el programa “abrazos y no balazos”, además de apelar a los  buenos consejos de mamás y abuelas de los sicarios. Ese será el principal legado de la “4 Transformación” en materia de cambio cultural, valorativo y de comportamiento; honradez, conciliación, bondad, cooperación y altruismo, aunque el discurso oficial no refleja nada de eso en absoluto.


Analista.
@JACrespo1

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