Una incógnita que flota en el ambiente político es si el presidente López Obrador ve moros con tranchete, o si denunciar conspiraciones contra él hasta debajo de la almohada es parte de su estrategia de comunicación para mantener la polarización, que le es políticamente rentable (como también hace Trump). Cualquiera de las dos posibilidades no es muy alentadora, pero tendría efectos distintos. Dicha conspiracionitis la hemos visto recientemente al señalar que el movimiento feminista está promovido por la derecha, que se monta en él, lo manipula y lo utiliza en su contra.

Lo que implicaría no sólo que algunos grupos y personajes se intentan montar en efecto en ese movimiento (como lo hizo la izquierda con el caso de Ayotzinapa contra Peña Nieto). Siempre habrá oportunistas —de derecha e izquierda— que intenten utilizar esos movimientos, pero eso no les resta a éstos su esencia propia ni su legitimidad. Es probable en cambio que el feminismo se haya tornado en estos días más adverso a López Obrador, no porque lo hagan responsable de los feminicidios y el acoso a mujeres, sino por su reacción ante su legítima protesta. Desde decir que no lo distraigan con ese tema al mucho más importante (se puede inferir) de la rifa del “avión presidencial”. Eso irritó mucho, y con razón.

O tras casos concretos y dolorosos como los de Ingrid y Fátima, centrarse en que no le rayen la puerta de su Palacio. Y al rechazar la propuesta del paro del 9 de marzo, justo por considerar que el movimiento está manipulado por la derecha golpista, se granjeó el enojo de muchas más mujeres, incluso simpatizantes suyas y de su proyecto. Lo cual se ahondó más con la corrección que hizo su esposa sobre el paro, que contradijo la imagen de autonomía, preparación y progresismo que ha intentado proyectar de sí misma.

Era más inteligente sumarse al paro desde el propio gobierno, justo para neutralizar los intentos de utilizar ese movimiento en su contra. En tal caso, ya lo de menos hubiera sido si en él hay derecha, izquierda o todo lo contrario, sino destacar su esencia; las mujeres que luchan y se movilizan por su vida y dignidad. Pero no. Él ve —o pretende ver— una conspiración permanente en todo movimiento social que no esté cien por ciento de acuerdo con su gobierno (lo vimos también con la marcha de las víctimas encabezada por Javier Sicilia).

Por otro lado, vuelve a sacar el tema del golpe que busca derrocar a su gobierno de manera semejante a como lo hicieron los conservadores con Francisco Madero (y la crueldad que mostraron al asesinar también a su hermano Gustavo). Le ha dado incluso las gracias a las fuerzas armadas por resistir las invitaciones a sumarse a ese golpe. ¿Quién lo está fraguando, qué personas, que grupos en concreto, como para anunciar públicamente que esa intentona está en marcha?

Encima, incluye en “la derecha” a todo movimiento o personaje —así haya sido su aliado —que le cuestione lo que sea; ecologistas, intelectuales de izquierda, comunidades indígenas; en realidad eran conservadores pero estaban embozados y ahora se han quitado el disfraz para debilitar a su gobierno (en cambio, conocidos ultraderechistas son nombrados en altos cargos de gobierno sin registrar contradicción alguna). Si esta visión complotista es parte de una estrategia deliberada, fomenta la polarización que mina la convivencia civilizada y democrática. Pero si es producto de una genuina paranoia política —derivada a su vez de su visión maniquea de la realidad— puede ser más grave, pues eso lleva a decisiones precipitadas y absolutamente erróneas en diversos temas, que puedan provocar a una situación más crítica incluso de la que ya enfrentamos.



Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1

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