De los arrepentidos es el reino...

Conozco a muchas personas, amigos, colegas y parientes, que votaron por López Obrador, bien decepcionados del PAN y hartos del PRI —algo comprensible— o porque albergaban alguna expectativa de que el país podría mejorar razonablemente bajo el nuevo gobierno. Varios de ellos muy pronto quedaron decepcionados, y reconocieron que la imagen que tenían de Amlo no se correspondió con la realidad, ya desde el poder. Otros más, poco a poco se han venido deslindando de una o varias decisiones del presidente por considerarlas inadecuadas, o bien porque contradicen los principios que ellos defienden (y que creían que Amlo también), o porque son lo contrario de lo que Amlo prometió. En estos casos, el voto por Amlo fue democrático en el sentido en que no era incondicional; le dieron la oportunidad, o el beneficio de la duda, pero sin renunciar a su capacidad crítica, sea para exigirle que cumpliera sus promesas o bien para reclamarle no hacerlo.

Conozco también a varios que habiendo votado por Amlo, continúan brindándole un fuerte respaldo, justificando de una u otra forma todo lo que hace, y bajo la convicción de que las cosas están saliendo esencialmente bien, tal como lo esperaban. Este es el voto incondicional, que se traduce en un respaldo permanente, en una disposición a defender al líder haga lo que haga o diga lo que diga. Un voto duro que lejos de corresponderse con la democracia, la entorpece pues elimina el mecanismo ciudadano-electoral de rendición de cuentas, favoreciendo así la irresponsabilidad gubernamental e incluso el abuso de poder.

En los últimos días —y seguramente a causa del nombramiento de Félix Salgado Macedonio como candidato a gobernador y las descalificaciones y desprecio de Amlo por el movimiento feminista—, he leído a varios obradoristas, hombres y mujeres, expresar su profundo desencanto, e incluso en algunos casos su arrepentimiento de haber votado por él. No sabemos cabalmente si los arrepentidos y desencantados estarán ahora dispuestos a votar por la oposición como un contrapeso al enorme poder que se le dio a Amlo en 2018, o simplemente no votarán por nadie, pues como algunos de ellos dicen, una cosa es no querer votar ya por Morena y otra es hacerlo por los partidos tradicionales. Así es.

Por otra parte, no conozco a ninguna persona – ni he leído a ningún colega –que haya sido crítico de Amlo antes de la elección y no haya votado por él, pero ahora se haya arrepentido de no haberlo hecho y deseé votar por Morena para impulsar un proyecto que terminó por convencerlo. Yo pregunto a conocidos y amigos si conocen alguien en esa situación y la respuesta siempre es no. Seguro los hay, y me gustaría conversar con alguno de ellos para ver en virtud de qué ha hecho ese viraje. Pero dice una encuesta reciente de Mitofsky que dichas personas no sólo existen, sino que guardan una proporción semejante a la de los arrepentidos de haber apoyado a Amlo. Dicha encuesta reporta 34 % de personas que mantienen su lealtad firme (ciega, diría Amlo) por el presidente. Otro 14 % aún la mantiene su respaldo, ya con dudas pero dispuestos a darle más tiempo. Y sólo un 8 % que ya se desencantó francamente de Amlo. Quienes en cambio no confiaban en Amlo y no se ve que vayan a hacerlo son 32 % de los entrevistados. En cambio, se reporta un 6 % que, no habiendo confiado en Amlo en 2018, ahora sí lo hacen. Es una proporción un poco menor de la de los desencantados y arrepentidos. Lo extraño, repito, al menos en mi caso, es que conozco a un buen número de decepcionados y/o arrepentidos y en cambio ninguno de los conversos a favor de Amlo. Desde luego, estos cambios en uno y otro sentido al parecer no se verán claramente reflejados en la votación de junio, que según la mayoría de las encuestas arrojará un resultado parecido al de 2018, para algarabía de sus viejos y nuevos seguidores (que además confunden alta popularidad con buen desempeño gubernamental), y desesperación de los viejos y nuevos críticos y disidentes.

Profesor afiliado del CIDE.
@JACrespo1

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