Hemos insistido en que se puede estar muy de acuerdo con las metas del proyecto obradorista, pero no necesariamente con los medios aplicados para conseguirlas; políticas inadecuadas arrojarán pobres resultados, o incluso pueden ser contraproducentes. Por lo cual una pregunta que flota en el aire es por qué en las encuestas sigue elevada la popularidad de López Obrador, cuando al mismo tiempo en la mayoría de los temas centrales de gobierno está mal calificado. Eso contrasta con una premisa (falsa) que suelen utilizar los políticos y sus respectivos devotos cuando su popularidad se mantiene aún alta; consideran que ese respaldo implica que han arrojado buenos resultados, como si no existiera la posibilidad de que la valoración de la gente puede ser una, y la realidad ir por otro lado.

Por ejemplo, El Financiero (1/Julio/2020) registra una caída del 83 al 56% de popularidad en estos meses, el mayor que haya experimentado algún presidente desde Salinas de Gortari, según su responsable. La actual pandemia tiene mucho que ver en ello. De cualquier forma 56% no es un índice bajo. En cambio, a la hora de valorar los resultados concretos las cosas son menos favorables. Hay gran distancia entre la apreciación general y la de los logros específicos. Así por ejemplo, en materia de salud, sólo 40% piensa que lo ha hecho bien, 16% menos que quienes lo aprueban. En combate a la corrupción, lo califican bien 34%, en seguridad sólo 23%, en combate a la pobreza 22% y en materia económica, sólo 20%. Es decir, pese a que AMLO diario dice que las cosas van “requetebién”, un público creciente ya no se lo cree.

Ese segmento podría creer que las cosas van mal por el nefasto legado del neoliberalismo, como asegura AMLO, en cuyo caso dirían que el presidente lo está haciendo bien dentro de la situación heredada. Eso ocurrió seguramente en los primeros meses, pero cada vez menos. ¿Por qué la mala calificación en varios temas no se refleja en una mala valoración general? Se pueden manejar varias hipótesis; esos ciudadanos que valoran mal al presidente en temas concretos pero bien en general tienen con él un vínculo emocional; tuvieron esperanza de que las cosas saldrían bien y no quieren perderla tan rápido; probablemente esperan que las cosas las podrá corregir, que hay que darle tiempo al presidente. Y que ante tanto problema e incluso aceptando errores o malas decisiones de AMLO, debe apoyársele como un respaldo moral, justo para que corrija el rumbo y entregue mejores resultados en lo que resta del sexenio.

Hay otra posibilidad (aunque no es excluyente de la primera); podría estar pesando el hecho de que esos ciudadanos estén apreciando, en la valoración general a AMLO, sus buenas intenciones, en tanto que en la calificación de temas concretos estén evaluando mal los resultados. Es decir, se premian las intenciones pese a no traducirse en buenos resultados. De ahí quizá también la distancia que media entre la percepción de que Amlo es honesto (54%), y quienes le ven capacidad para dar resultados (33%). Esto es, un 46 % no cree que sea honesto, pero dentro del 56 que sí lo cree, un 11% piensa que pese a su honestidad, es inepto. Así pues, claro pues que en la valoración general la gente le premia su honestidad, pero no su eficacia. Coincide eso con que Amlo valora más la honestidad de sus funcionarios (90%), que su capacidad (10%), aunque eso implique que se tengan pocos logros (como en muchos rubros está ocurriendo). En todo caso, como decía Maquiavelo, al Príncipe se le ha de juzgar más por sus resultados que por sus intenciones. Y ese principio se va reflejando gradualmente en las encuestas.

Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1

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