Es una incógnita la elevada popularidad del presidente López Obrador frente a los magros resultados de su gobierno el primer año. Desde luego, ese gran apoyo no implica necesariamente un buen desempeño gubernamental, por lo cual el fenómeno exige un intento de explicación. Probablemente son muchas las variables involucradas en esto, que incluso se complementan. Veamos:

1) Debe recordarse que estamos apenas en el primer año del sexenio, donde todavía no hay suficientes elementos para concluir si el gobierno será exitoso o no en sus propósitos. Que el primer año no hayan los resultados deseados no necesariamente implica que en el resto del sexenio seguirán así las cosas. De tal manera que los seguidores de AMLO pueden no dar por concluyentes los pobres resultados del primer año. Son varias las razones que ha aducido el propio AMLO para explicar eso, principalmente la herencia que recibió en materia de seguridad, pero también de corrupción, desigualdad social y economía. Dice, en parte con razón, que una carga tan pesada no es posible arreglarla en sólo un año, en el cual apenas se está desbrozando el campo para que después venga el renacimiento nacional. Y desde luego, los devotos de AMLO están dispuestos a darle más tiempo antes de emitir un juicio definitivo.

2) Por otra parte, hay elementos sicológicos en el respaldo que los electores dan a un proyecto en el que creen firmemente. El hecho de que AMLO represente un partido distinto a los tradicionales (así sea en las siglas), y que proponga una opción discursivamente distinta a lo que hubo en estos treinta años, genera una esperanza genuina, el deseo de los votantes de que en realidad México sufra un cambio dramático para bien, un nuevo y renovado régimen que finalmente nos permitirá dar un salto adelante en materia de desarrollo económico, social y político. Por lo cual no es tan fácil simplemente desechar esa esperanza y caer en una nueva decepción. Quienes suscribieron el proyecto no se darán por desencantados tan fácilmente. Mantienen viva esa esperanza pese a los primeros tropiezos e indicadores en sentido contrario. Si eventualmente llegaran a la conclusión de que las cosas no salieron como se planearon, no será en el primer año (ni probablemente en el segundo o tercero). Desde luego, algunos de quienes votaron por AMLO dando el beneficio de la duda, pero sin absoluta convicción, sin dar por sentado que cumpliría su oferta de transformación, sin esperar demasiado de él, han podido ya aceptar su decepción. Pero su involucramiento emocional no era tan fuerte como en el caso de los muchos incondicionales.

3) Por otro lado, los fans de López Obrador tienden a creerle puntualmente todo lo que dice. Y él asegura que no hay que tomar en serio a los críticos “sabelotodo”, que son corruptos y responden a intereses aviesos. Tampoco a los empresarios rapaces, a la prensa vendida, ni desde luego a los opositores moralmente derrotados. Todas esas críticas sobre las fallas de su gobierno no son sino campañas orquestadas para desprestigiarlo. Así que los fieles oyen y creen solamente la palabra de su líder. Y éste afirma que las cosas van bien, y que aquello que no va bien se irá corrigiendo sin duda alguna. Y que la transformación será una realidad, que no falta mucho para ver los frutos del gran cambio. Por lo cual, quienes están en esa tesitura no tienen por qué evaluar mal a AMLO, ni prestar demasiada atención (o ninguna) a los indicadores que contradicen la narrativa presidencial. Finalmente, a través del respaldo, lo que a veces se premia no son tanto los resultados sino las buenas intenciones, que los seguidores de AMLO no dudan que las tiene.

Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1

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