En 2005 tenía yo la idea de votar por López Obrador. El PAN, con Fox a la cabeza, había provocado un profundo desencanto. Pero en esos meses hubo señales que hicieron que me retractara de votar por AMLO, de modo que lo hice por Patricia Mercado, a quien considero una gran mujer. ¿Qué me hizo cambiar de parecer? Ya desde el episodio del desafuero, donde apoyé con todo a AMLO, empecé a oír sus discursos con un tono claramente populista; su retórica, su tono, su estridencia. Se entendía en parte por la injusticia de la que era objeto, pero una vez pasado el episodio su retórica siguió igual. Me pareció, y así lo dije a compañeros y amigos obradoristas (algunos muy cercanos a él), que ese discurso estaba exclusivamente destinado a su base dura, sus fanáticos, sus incondicionales. Y que en esa medida, podría perder el apoyo de los sectores medios, apartidistas, más ilustrados, más moderados, menos fáciles de engatusar con un discurso rudimentario. Y es ese sector el que suele ser el fulcro de la balanza.

El discurso y estilo de AMLO le estaban dando en parte la razón a la propaganda panista de “Un peligro para México” y su comparación con Chávez. Esa propaganda, que sonaba totalmente exagerada, empezó a ser tomada en serio por muchos de estos electores centristas. AMLO arrancó la contienda con 20 puntos de ventaja, por lo que se veía difícil su derrota, pero sus errores de campaña hicieron el trabajo; no sólo su discurso (que tuvo mucho que ver), sino también lo que entonces se veía como una irreverencia al decirle al presidente “Cá-lla-te cha-cha-la-ca”). Un discurso más de agitador que de estadista. Y a los empresarios los metió a todos en la bolsa de los evasores de impuestos; a todos. Con los banqueros no quiso hablar durante la campaña. Desde luego, faltar al primer debate le quitó 4% de votos. Así, las encuestas iban mostrando una baja para AMLO y una mayor votación para Felipe Calderón. Su discurso estaba alejando fuertemente a los sectores medios, moderados, apartidistas del lado contrario.

 Recuerdo, como anécdota, un programa en TV Azteca con Ricardo Rocha y Jorge Zepeda Patterson en abril, cuando AMLO tenía aún 10 puntos de ventaja en las encuestas. Parecía imbatible. Mis compañeros, como muchos otros, dieron por seguro el triunfo de AMLO. Yo fui la voz discordante; dije que venía perdiendo votos por lo estridente y radical de su discurso, y que esa tendencia podía continuar hasta perder toda su ventaja. Llegaron las últimas encuestas antes de la elección arrojando un empate técnico, en donde cualquiera de los punteros puede ganar. Estoy seguro que de haber mantenido su ventaja, AMLO hubiera ganado con o sin trampas de sus adversarios. Él sólo se metió el pie con su discurso rudimentario, radical y extravagante.

 En las siguientes dos elecciones AMLO moderó su lenguaje, y se presentó como moderado. Era obvio, para un buen observador, que estaba fingiendo. En 2018 las condiciones externas a su partido (el descrédito del PRI y el PAN y su pleito) le abrieron el camino para el triunfo. Pero desde la Presidencia ha seguido con su discurso radical, estridente, violento, amenazador, alejando de nuevo a sectores medios y moderados que por él votaron (y ahora los agrede y descalifica). Su discurso es tan burdo y sus mentiras tan obvias, que sólo quien está hipnotizado lo sigue validando sin matices. De hecho, es más agresivo ahora que en su campaña, desplegando más odio y rencor. Sondeos y encuestas muestran que incluso muchos que siguen siendo obradoristas ya no le creen todo. Mantienen un mínimo sentido de realidad. Pero son numerosos los que le siguen creyendo ciegamente, y a esos apuesta AMLO. Ha dicho que no tiene intención de convencer a sus adversarios y críticos; y en efecto, no tiene con qué. Pero al perecer le basta con mantener la lealtad ciega de sus devotos para (según sus cálculos) mantener el control político y ganar los comicios de 2024. Puede ser, pero eso dependerá también de lo que haga la oposición.

Analista.
@JACrespo1