Aunque López Obrador como candidato fue un fuerte crítico de Donald Trump, al llegar a la presidencia y tener que lidiar con el sicópata, optó por el pragmatismo de no reclamarle sus insultos a México y cumplirle puntualmente sus exigencias, so pena de pagar un elevado costo (aranceles elevados o declarar terroristas a nuestros cárteles). El pragmatismo radical lo llevó a una sumisión no vista en mucho tiempo frente a un presidente norteamericano. Pero lo que agradó a AMLO de su homólogo fue, además de sus halagos públicos, que no se metiera en la esencia del proyecto de la “4T”; reconcentrar en el Estado la producción energética privilegiando los combustibles sucios sobre los limpios, realizar sus programas sociales a costa de debilitar gravemente al gobierno mismo y destruyendo diversos programas, etcétera. Tampoco importó demasiado a Trump la tendencia regresiva en materia política, algo compatible con su propia visión y personalidad. En 2015, todavía como candidato, un periodista le preguntó si limitar el libre comercio con México no generaría problemas que a su vez afectaran a Estados Unidos. Su respuesta fue: “A mí no me importa México, honestamente, no me importa México” (NYT,7/Nov/19).

En cambio, con Joe Biden las cosas podrían ser muy distintas, en la medida en que su agenda sí choca con la de AMLO, y quizá ponga mayor interés en lo que se hace en México en esos y otros temas. Eso, a partir del cálculo que lo que aquí suceda puede repercutir allá en cierta medida, para bien o para mal. El artículo publicado por el exembajador Jeffrey Davidow así lo apunta, quien además recomienda a AMLO que entienda las nuevas circunstancias y aproveche la oportunidad para repensar sus políticas. AMLO debe saber ya que dicho desafío puede ocurrir, y podría poner en riesgo la esencia misma de su proyecto, ese que presuntamente transformará a México para bien. Su proyecto podría fracasar si hay una intervención franca por parte de Biden en contra.

De ser así, cabe la pregunta, ¿reaccionará AMLO como lo hizo con Trump? ¿Accederá sin más a las exigencias de su nuevo homólogo para evitar las presiones y penalizaciones, o por el contrario, al afectarse en este caso la esencia de su proyecto, López Obrador reaccionará de manera diferente, ofreciendo mayor resistencia diplomática y discursiva? Dada la asimetría entre ambos países se podría apostar a lo primero, intentando negociar primero con los norteamericanos algún punto de equilibrio. Puede ser. Pero de insistir Biden en cambios dramáticos entonces no se puede descartar que AMLO se envuelva en la bandera del nacionalismo y la defensa tradicional de la soberanía, ofreciendo mayor resistencia. Presentaría en su discurso a Biden como el “masiosare extraño enemigo” de la actualidad. De ser el caso, justificaría su audaz y riesgosa postura emulando a Lázaro Cárdenas y su nacionalización petrolera. Se pondría igualmente de ejemplo frente a otros presidentes (en particular los del neoliberalismo), a los que acusaría de entreguistas (como ya lo ha hecho de vez en vez), contrastándolos con su valiente y patriótica postura frente a las injerencias del imperio (que ataca de nuevo).

De alguna manera, al justificar su retraso a felicitar a Biden, ha adelantado algunos elementos de esa narrativa, como llamar serviles a los gobiernos que sí lo hicieron, y aclarando que “No somos colonia… el gobierno de México no es pelele de un gobierno extranjero”. Quizá contempla ya la posibilidad de que, ante presiones inaceptables del nuevo presidente norteamericano, él podría escudarse en la posición soberanista de antaño. Es difícil pensar en este escenario como muy probable, por el costo que eso implicaría para el país y al propio AMLO, pero dada su personalidad y la importancia vital que concede a su proyecto transformador (y su imagen histórica), tampoco deberíamos echarlo por la borda. Por lo pronto, veamos cómo evoluciona su discurso y posiciones frente a Biden en las próximas semanas.

Profesor afiliado del CIDE.
@JACrespo1

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