La semana pasada se celebró una trascendente reunión de trabajo en la sede del Colegio de Ingenieros Civiles de México, convocada por su presidente, Luis Rojas Nieto, acompañado de personalidades destacadas como Fernando González Villarreal, Roberto Duque Ruiz, así como Ángel Barajas. El objetivo fue concebir la celebración de un justo homenaje al Ing. Leandro Rovirosa Wade, QEPD.

Honrar honra, los pueblos requieren inspirarse en algo grande, no solamente con frasecitas elegantes, sino exaltando las obras, virtudes y legado que dejó para México.

Recordamos el origen y creación de esta importante institución que han dejado huella una pléyade de ingenieros civiles, sólo mencionaré algunos como Antonio Dovalí Jaime (honesto a carta cabal), Enrique Lona Valenzuela, Bernardo Quintana (creador de ICA), Fernando González Villarreal (creador del primer plan hidráulico nacional), y otros más.

Nuestro amigo inolvidable el hombre H2O (hombre agua), Leandro Rovirosa Wade, nació en el trópico húmedo en 1918, en Tabasco, región de enorme abundancia de agua, petróleo, y también inundaciones catastróficas, quien me distinguió con su amistad, desde mi primera juventud siendo modesto ayudante militar del Presidente de la República.

En los apuntes de mis memorias guardo el recuerdo de cuando le solicitaron Enrique Lona Valenzuela y Leandro Rovirosa Wade, al entonces presidente de la República Luis Echeverría Álvarez, “que las instalaciones que se habían utilizado para los juegos olímpicos fueran destinadas a la casa definitiva de los ingenieros civiles de México”.

La respuesta fue espontánea, aprobando de inmediato la petición, por representar los anhelos del desarrollo económico, político y social del país.

Este reconocimiento es afortunado, porque hombres como Rovirosa no se sepultan, ni se olvidan, se siembran en esta tierra pródiga que lo vio nacer.

Sus obras están a la vista. Son testigos mudos, insobornables de la historia de este personaje sencillo, bueno, pero no ingenuo. Navegaba en un mar de olas civiles con remos que no pesan de una patria impecable y diamantina, envuelta en la más honda música de selva, modelada por entero al golpe cadencioso de las hachas, entre risas y gritos de muchachas y pájaros de oficio carpintero (Ramón López Velarde).

Subrayo algunas de sus inmensas aportaciones:

El Sistema Cutzamala, para abastecer de agua al Valle de México (que hoy da señales de agotamiento). El Plan Texcoco (cuyo objetivo fue la recuperación de los lagos).

El Plan de Presas Benito Juárez (140 presas para almacenar 10 millones de metros cúbicos de agua para uso agrícola). Creación de un millón 100 mil hectáreas de riego, en coordinación con la CFE. Construcción de presas hidroeléctricas como Chicoasén, Angostura, la Villita y el Infiernillo, Plan Nacional Hidráulico (con el invaluable apoyo y talento de Fernando González Villarreal) previendo la demanda de agua hasta nuestros días, diseño de los primeros planes hidráulicos nacionales para llevar agua de zonas de abundancia a zonas de escasez:

Plan Hidráulico del Noroeste (Plhino) para llevar agua al estado de Sonora. Plan Hidráulico del Golfo (Plhigo) para transportar agua de las cuencas del Golfo a entidades como Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León. Plan Hidráulico del Sureste (Plhise) para utilizar las abundantes cuencas hidrológicas del Río Grijalva, el Suchiate y el Usumacinta.

Anécdota: Recuerdo cuando hace algunos años se convocó a un reconocimiento organizado por el Colegio de Ingenieros Civiles de México, con la asistencia del propio Rovirosa. Se me pidió entonces hacer una apología de su obra.

En la antesala previo al acto saludé respetuosamente a doña Celia de Rovirosa, gran mujer mexicana, quien me preguntó ¿de qué hablará usted?, le comenté “que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer y esa mujer es usted”. Sorprendida me comentó: “Lic. Nuño, yo nunca estuve atrás de Leandro, estuve al lado, trabajando con emoción codo con codo, para impulsar obras sociales”.

Internacionalista

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