Hay, en efecto, muchos temas sobre la mesa pero, por deformación y vocación profesional, me concentraré en cuestiones internacionales en esta columna. Dicho lo anterior, lo que ocurrió el viernes en “la mañanera” no se puede normalizar, como hemos hecho en México con tantas otras cosas inadmisibles. Fue un atentado más contra del estado de derecho, la democracia y la libertad de expresión.

Tampoco hablaré de España. Si bien el último escándalo con ese país es resultado de obsesiones y vanidades dignas de analizar, se trata de un berrinche que busca distraer la atención de Houston. Por ello, resistiré la tentación de abordarlo y, en su lugar, trataré de entender las razones detrás de un conflicto internacional menos sabroso pero mucho más trascendente.

Ucrania ha sido la manzana de la discordia entre Occidente y Rusia prácticamente desde el colapso de la Unión Soviética. Y lo seguirá siendo. No podía ser de otra manera. Por su situación geográfica, tiene vocación de buffer: las planicies ucranianas han sido corredor para numerosos ejércitos invasores. Es el origen de la llamada “madre Rusia" y fue parte del Imperio y de la URSS varias veces. Hospedó 5 mil armas nucleares soviéticas (el tercer mayor arsenal de la época) que cedió a Rusia como pieza central del pacto entre las potencias, plasmado en el Memorandum de Budapest de 1994, que se supone garantizaría su seguridad e independencia. Y, por si fuera poco, tiene una población abiertamente dividida entre grupos nacionalistas, que aspiran a la integración con Europa, y grupos pro-rusos que añoran la vieja Unión Soviética.

De los ingredientes en la lucha por el alma de Ucrania, la división y el propio Memorandum jugaron un papel central en el deterioro de la situación que desembocó en la invasión de Crimea en 2014. Por un lado, tanto Occidente como Rusia trataron de aprovechar e incluso instigar la división de la población en Ucrania para asegurar gobiernos pro-Europa o pro-Rusia, mediante intervenciones que en ocasiones desataron la violencia. Por el otro, ambas partes interpretaron el Memorandum a conveniencia. Para Rusia, el punto de quiebre fue la posibilidad de que Ucrania, considerada su “patio trasero”, se incorporara a la Unión Europea o, mucho más grave, la OTAN, siguiendo la ruta de otras ex-repúblicas soviéticas, lo que considera una violación al instrumento y una amenaza grave a su seguridad nacional.

Además de sanciones dispersas y una serie de resoluciones en distintos organismos internacionales condenando la invasión, poco pudo hacer Occidente para revertir la anexión de Crimea como un hecho consumado. A muchos sorprenderá saber que la escaramuza final se libró en Estrasburgo en 2019. Como representante de México ante el Consejo de Europa (CoE) tuve el privilegio de observar directamente como Europa capituló ante Rusia y levantó la suspensión que, desde la invasión, tenía el parlamento ruso de participar en la Asamblea Parlamentaria, brazo legislativo del CoE, sin que los rusos tuvieran que hacer concesión alguna. La decisión fue reflejo de la aversión europea al conflicto, su dependencia del gas ruso, el abandono de la administración Trump y el haber creído la amenaza rusa -a mi juicio hueca- de abandonar el organismo.

El triunfo de Biden en 2020, irónicamente, incentivó una nueva crisis en Ucrania porque, para que un conflicto deje réditos en materia de prestigio geopolítico, se necesita un rival. Trump no lo era para Rusia, Biden sí lo es. Así, Rusia ha desplegado miles de tropas en la frontera con Ucrania con la exigencia por escrito de que ese país nunca formará parte de la OTAN. EU ha respondido con el envío de tropas a Europa del Este, con la amenaza de sanciones personalizadas a blancos estratégicos. Una guerra de nervios y de continua desinformación, en la que el que pestañee primero perderá y que puede escalar a una guerra convencional en cualquier momento.

Aunque algunos ya proponen la “finlandización” de Ucrania, la salida de esta nueva crisis parece realmente complicada y tal vez lejana, porque tanto Biden como Putin se juegan mucho. El presidente de EU está bajo asedio de la oposición, no puede darse el lujo de seguir premiando mal comportamiento, debe evitar los errores de Obama y tiene que mostrarse firme frente a Putin, para contrastar con Trump. Todas las fallas e, incluso, algunos aciertos de su administración serán utilizados por los republicanos de cara a las elecciones intermedias en noviembre. Putin, por su lado, está obsesionado con recuperar las viejas glorias soviéticas o incluso zaristas, más ahora que Rusia ha sido desplazado por China como rival de la hegemonía estadounidense. El conflicto en Ucrania permite a Rusia continuar siendo relevante, otorga estatura internacional a Putin, le da fichas de negociación y genera artificialmente un mundo tripolar. Así, Putin tiene tantos incentivos para continuar el conflicto como Biden para no ceder.

Diplomático de carrera por 30 años, exembajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos.
@amb_lomonaco

Google News

TEMAS RELACIONADOS