El tercer debate presidencial quedó opacado por el extraordinario éxito de las movilizaciones del domingo. La Marea Rosa mostró fuerza, músculo y mucha determinación para superar infinidad de intentos de sabotaje a la cubana. Álvarez Máynez tendrá que decidir si declina en favor de Xóchitl Gálvez. No creo que lo haga, pero ello no impide que partidarios de MC decidan hacer algo útil con su voto, apoyando a la única candidata que puede derrotar al oficialismo. En cualquier caso, limitaré esta reflexión sobre el debate a la participación de las dos candidatas. Por deformación profesional, me concentraré en el segmento de política exterior, aunque resultara desangelado y su relevancia palidezca frente a la profunda crisis de violencia que vive el país.

Claudia Sheinbaum agradeció las remesas de las que ha dependido tanto la economía del país estos años. Reiteró los manoseados principios de política exterior y repitió el trillado concepto de atender las causas de la migración, para lo que insistió en el inviable financiamiento estadounidense a programas sociales de la 4T en Centroamérica y planteó la absurda e insostenible idea de extender el Tren Maya a esa región. Ofreció “mirar al sur”, subrayando el papel que la fracasada CELAC podría jugar. Además de generalidades y lugares comunes, habló de reivindicar la política exterior de López Obrador, “que es timbre de orgullo”. Porque, como en las demás áreas de gobierno, Sheinbaum ofrece un “segundo piso". En otras palabras, más de lo mismo. Ello obliga a voltear a ver al “primer piso”, es decir, las acciones y omisiones del gobierno de López Obrador en materia internacional. Para empezar, nuestro país ha perdido influencia y relevancia en el mundo. México es hoy percibido como un actor volátil, poco confiable en la esfera internacional, con una predisposición a cambiar las reglas del juego para la inversión, sorprender a sus socios y violar obligaciones internacionales. Con sus ausencias de los grandes eventos internacionales, propuestas disparatadas y pleitos continuos con otros gobiernos y organismos internacionales, el presidente ha logrado diluir el prestigio de nuestro país en el mundo. Si bien México es mucho más que López Obrador, el presidente ha manchado la imagen del país en el mundo. En pocas palabras, la política exterior de este gobierno es también indefendible. Por ello, resulta desafortunado que Sheinbaum no haya dado señal alguna de estar considerando cambios de posiciones (salvo, quizás, en cambio climático), como tampoco parece estar dispuesta a distanciarse del “estilo personal” de hacer política exterior de López Obrador.

En contraste, durante la campaña hemos escuchado de Xóchitl Gálvez definiciones importantes y propuestas concretas. Ha señalado la importancia de cooperar con EU en todos los ámbitos y reparar las relaciones con España. Se ha comprometido a atender personalmente las cumbres presidenciales. Ofrece firmar y ratificar el Acuerdo global modernizado con la Unión Europea y diseñar políticas multilaterales para proteger los derechos humanos, defender la democracia y combatir el cambio climático. Además de insistir en algunos de estos temas, durante el debate Xóchitl calificó de hipócrita la política exterior del actual gobierno, advirtió que no apoyará a dictaduras o gobiernos autoritarios y se comprometió a proteger los derechos humanos de los migrantes, promover el libre comercio y recuperar al Servicio Exterior Mexicano. Aunque estos posicionamientos tendrían que ser detallados y ampliados con más propuestas en caso de ganar la elección, resulta evidente que la candidata de oposición está decidida a corregir e implementar un indispensable cambio de rumbo en materia internacional.

El próximo 2 de junio elegiremos también la forma de relacionarnos con el mundo. Tenemos dos opciones. Por una lado, una política exterior nostálgica, aislacionista, reactiva, plagada de prejuicios y sesgos ideológicos, desleal con socios y aliados. Por el otro, una política exterior que reconozca la realidad geopolítica de México, acorde con el peso especifico del país, que haga frente a los retos y aproveche las oportunidades de la coyuntura, que avance los intereses, las aspiraciones y las causas de la sociedad y no solo las de un caudillo.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

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