España ha vivido un rollercoaster emocional desde las elecciones generales  de julio del año pasado. Si bien el Partido Popular (PP) fue la lista más votada, no fue capaz de reunir los apoyos necesarios para formar gobierno porque sus aliados potenciales eran -y son- mutuamente excluyentes. Los españoles tuvieron que esperar varios meses hasta que, en noviembre, Pedro Sánchez (PSOE) finalmente logró su investidura como presidente de gobierno. Sin embargo, la incertidumbre no cesó porque se confirmó que el apoyo de los partidos catalanes independentistas a la investidura de Sánchez, específicamente de Junts per Catalunya, estaba condicionado a la adopción de una ley de amnistía para los promotores del llamado Procés para la independencia de Cataluña, que sería diseñada a la medida de Carles Puigdemont, líder real de Junts y prófugo de la justicia española desde 2017. La discusión sobre la ley de inmediato dividió al país como no se había visto en años.

Desde su investidura, el gobierno de Sánchez ha avanzado con dificultades, librando apenas escándalos y obstáculos. Pero las cosas se deterioraron cuando el presidente español quedó arrinconado por el voto de Junts en contra del proyecto de ley de amnistía, pese a que el partido independentista había participado con el PSOE en su redacción. La suerte y capacidad de supervivencia de Sánchez parecía haberse agotado ante el chantaje de Junts que, con apenas siete asientos, había elevado la apuesta ante la sola amenaza de un juez con agregar terrorismo a la serie de delitos que enfrenta Puigdemont.

En esas estábamos cuando Alberto Núñez Feijóo, líder del PP, declaró que podría apoyar un indulto a Puigdemont, “bajo ciertas condiciones”, pese a que se había pronunciado repetidamente en contra. La “confesión” de la disputa por el amor de Junts se convirtió en una bocanada de oxígeno para Sánchez y desató una tormenta, sobre todo al interior del PP. Peor aún, se produjo apenas una semana antes de las elecciones autonómicas de Galicia, comunidad que Feijóo gobernó durante 13 años antes de saltar a la presidencia del PP y en las que el líder de los populares se jugaba, a través de la reelección de su delfín, gran parte de su capital político. La posibilidad de que el PP perdiera la mayoría ilusionó al gobierno y angustió a los barones del popular. Ello, sin embargo, no ocurrió.

Cuando se esperaba una pausa en el encono político, estalló un escándalo mayúsculo de corrupción en compras de emergencia de mascarillas durante la pandemia. El llamado caso Koldo, un oscuro asesor del entonces poderosísimo ministro de Fomento, ha salpicado a la cúpula del PSOE, incluyendo a la ahora presidenta del Congreso de los Diputados. El PP, pese a su propia y larga historia de corrupción, ha olido sangre y está haciendo lo posible para que el tizne llegue a Sánchez.

Feijóo parecía haber recuperado la iniciativa cuando, en cuestión de horas, se registraron tres acontecimientos que alteraron por completo el panorama. Por un lado, un nuevo escándalo político nacional consecuencia de un pésimo manejo de la tormentosa presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (PP), con respecto a una demanda fiscal en contra de su pareja. Por el otro, la adopción de la ley de amnistía como resultado, en buena medida, de un nuevo error táctico del PP que, al solicitar una opinión consultiva a la Comisión de Venecia, facilitó que se encontrara una fórmula que no solo permitió un acuerdo entre el PSOE y los independentistas sino también dio cierta legitimidad y algún blindaje jurídico al controvertido instrumento. La ley, no obstante, tendrá que enfrentar numerosos obstáculos procesales y jurídicos para su plena aplicación. Por último, la sorpresiva convocatoria anticipada de elecciones en Cataluña, que alteró por completo el tablero político reventando la adopción de los presupuestos nacionales y descolocando del todo a Junts, que enfrentará un plebiscito sobre la desproporcionada capacidad disruptiva de Puigdemont y la promesa de la autodeterminación. En respuesta, no se les ocurrió mejor idea que nominar al todavía prófugo y cada día más arrogante independentista como candidato a la presidencia catalana, mientras que la guerra entre Sánchez y Feijóo se ha vuelto personal y el debate público increíblemente tóxico. Como en un triángulo amoroso.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

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