Por distintas razones he tenido algunos viajes difíciles en mi vida. Pero ninguno tan doloroso como el del día de hoy, en el que acompaño a 250 mexicanos que perdieron la vida recientemente por causa del Covid-19 en el área de Nueva York.

Un regreso de connacionales que de no ser por la intervención contundente y oportuna del gobierno federal por medio de la Cancillería y los gobiernos estatales, muy probablemente se hubieran quedado varados en distintas agencias funerarias, morgues y en el mejor de los casos, en las casas de los paisanos que viven en la periferia de Manhattan, esperando un mejor momento económico para enviar por otros medios las cenizas de sus fieles difuntos.

Durante el trayecto del vuelo que partió de Nueva York hacia la CDMX en un avión de la Fuerza Área Mexicana, reflexioné en torno a todo lo que esta pandemia nos ha revelado sobre nuestra comunidad de migrantes que viven en los EU. En especial, los grupos de personas no documentadas. En primer lugar, me reiteró el sentimiento de orgullo de nuestra comunidad, ya que demostraron durante los momentos más difíciles del coronavirus, su disposición al trabajo en buena medida por necesidad, pero sin miedo a cumplir con sus deberes y responsabilidades para proveer a sus familias en NY y las de México, que tiene una gran dependencia de las remesas que, mes con mes, no dejan de hacer llegar a las distintas localidades y pueblos de donde son oriundos.

En segundo lugar, sobre lo injusto que es la desigualdad social, ya que han sido las comunidades hispanas y de afrodescendientes con menor capacidad económica, las más afectadas de todas las diásporas que residen en NY.

Claramente muchos de estos mexicanos fueron héroes invisibles y anónimos, porque con su trabajo diario estuvieron en la primera línea de fuego, dado que sus labores son consideradas esenciales, para que la ciudad funcione y sus residentes tengamos todo tipo de comodidades sin la necesidad de salir de casa.

Fue en parte gracias a su valentía y esfuerzo que los hospitales colapsados y sobrepasados de enfermos, estuvieron limpios, que en las mesas había comida hecha por manos mexicanas, y las entregas a domicilio para surtir enseres o medicinas, las hacían los nuestros. El costo de su trabajo fue en muchos casos, pagado con sus vidas, dado que estuvieron más expuestos a las cadenas de contagios y obvio, al mismo tiempo, eran los más vulnerables por no tener seguro médico y en muchos casos, con enfermedades preexistentes.

Esta tragedia le ha arrebatado la vida a más de 1,500 mexicanos en los EU, de los cuales más de la mitad murieron en el área de NY. Sumado a estas lamentables pérdidas, se presentó otro factor que generó angustia y tristeza en la comunidad, dado que, por estar autoconfinados, no pudieron despedirse de sus seres queridos, ya no digamos en un sepelio de acuerdo a nuestros usos y costumbres: no pudieron despedirse de sus familiares personalmente por restricciones sanitarias. Así que muchos fallecieron solos y aislados.

Por esta razón, la repatriación de cenizas que llevamos a cabo en el Consulado, después de celebrar una ceremonia luctuosa en su honor, en la catedral de San Patricio con la presencia del Cardenal Dolan, fue muy significativa, porque en un breve acto, se permitió que las familias dieran el último adiós a sus difuntos. El evento nos recordó que sus cenizas se van a México, pero dejan en NY un ejemplo de trabajo, esfuerzo y muchas historias que permanecerán en nuestra memoria.

Mientras caminaba por el pasillo central de la catedral, con una urna en las manos, se oía de fondo al mariachi cantar: “México lindo y querido, si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido, y que me traigan aquí”. Y aquí los traemos, con respeto, decoro y la dignidad que merecen.

Cónsul General de México en Nueva York.
@Jorge_IslasLo

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