Al rabino Arthur Schneier
 

Todo empezó con un discurso irresponsable de odio, el cual creó estigmas y prejuicios en contra de una determinada comunidad étnica y religiosa, que lamentablemente fue incrementando acciones de hostilidad en su contra, hasta llegar al exterminio masivo de seres humanos, adultos y niños, mujeres y hombres, por igual. El holocausto que llevó a cabo el nazismo alemán en la Segunda Guerra Mundial, asesinó de manera sistemática y premeditada a cerca de 6 millones de judíos. Fue parte de una política de Estado, llamada “solución final” que tuvo por objeto tratar de extinguir de la faz de la tierra, toda gota de sangre que perteneciera a las comunidades israelitas.

Mañana lunes se conmemoran 75 años de que los países aliados lograron entrar al campo de concentración de Auschwitz, para liberar a los sobrevivientes, y también para dar a conocer al mundo los excesos en los que incurrió una ideología, un sistema y un lunático, que justificó su actuar bajo la idea del supremacismo ario, en donde pensaban que hay grupos étnicos más capaces que otros, y por ello, debían de eliminar cualquier posibilidad que pudiera contaminar su supuesta superioridad racial.

A la distancia, quedan lecciones que no deben ser olvidadas, para no volver a toparnos con la misma piedra del odio y la intolerancia por razones de raza, religión, idioma, nacionalidad, género, edad, discapacidades, preferencias sexuales, ideologías, o cualquier otra que atente contra la dignidad humana.

No obstante que hay mayor conciencia acerca de los efectos negativos del racismo y el supremacismo, aún persisten en el siglo XXI diversas amenazas en contra de diversos grupos minoritarios, que por razón de las cosas, son migrantes que han tenido que buscar un nuevo hogar, en un país ajeno al de sus padres y abuelos. En condiciones diferentes, pero bajo los mismos prejuicios raciales, se discrimina por el color de la piel, el idioma o la nacionalidad preponderantemente. Si bien, las diásporas judías no han terminado de resolver del todo, los actos que les siguen siendo agravantes, claramente, sí han logrado generar mejores ambientes de seguridad y aceptación en diferentes sociedades occidentales, sobre todo en aquellas en donde fueron extraordinariamente segregados y atacados.

¿Cómo y qué fue lo que hicieron, para lograr revertir momentos tan complejos? Lo primero unirse, hacer sentir su inconformidad en una sola voz, para hacer valer sus derechos y la defensa de su dignidad como personas y como comunidad.

Obvio, con trabajo y educación han logrado empoderar a su comunidad en distintos sectores, en donde tienen presencia e influencia, para impulsar políticas públicas que inciden en aminorar riesgos que puedan atentar en contra de su integridad como una sociedad con determinadas características étnicas, culturales y religiosas. Un buen ejemplo de ello es toda la legislación que se ha creado preventivamente en la educación de los niños, para que nuevas generaciones tengan presente los alcances que tuvo el holocausto, para intentar extinguir a un determinado grupo social. No menos importante, todas las leyes que se han impulsado para reconocer los crímenes de odio por razones religiosas o raciales, entre otros.

En adición, y con el apoyo de ONG´s especializadas en combatir la discriminación, han logrado establecer agendas con diversos temas y programas para ampliar los mecanismos de protección hacia sus comunidades. Lo relevante de todo este esfuerzo es no permitir, desde el principio, que prospere el discurso del odio, porque se corre el riesgo de que se acepte, más por ignorancia que por voluntad propia de las personas.

Después de 75 años, aún quedan muchos retos para mejorar la inclusión y seguridad de las minorías en sociedades multiétnicas, pero al menos hay esfuerzos y acciones que nos permiten pensar con más optimismo que la diferencia no debe ser motivo para odiar, ni para discriminar a nadie.


Cónsul General de México en Nueva York.
@Jorge_IslasLo

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