Mario Delgado, Yeidckol Polevnsky, Alfonso Ramírez Cuéllar, Bertha Luján y Alejandro Rojas Díaz Durán están en fila para asumir la presidencia de Morena el próximo 20 de noviembre en el Congreso Nacional del Partido. Pero, como siempre, el diablo está en los detalles: el método de selección.

Mario Delgado es quien ha lanzado la estrategia más visible: vía mensajes en video, entrevistas en medios y redes sociales –como cuando lo vimos ejemplificar con bidones el llamado “gasolinazo”— busca hablarle directamente a la base de Morena e incluso a los independientes para enviarles el mensaje: si no presionan para que el método sea abierto a través de encuestas, otros decidirán por ustedes.

El mensaje ha levantado un debate interesante. ¿Hacia dónde debe ir Morena? ¿Debería afianzarse en el ala de los “duros” y, con ello, alejarse del centro político? ¿O tendría que conciliar con empresarios, clase media y otros sectores ofendidos para consolidar la llamada Cuarta Transformación?

Una elección entre dirigentes del partido, como propone Bertha Luján, conseguiría lo primero: asegurarse de que sólo los considerados “puros” decidan al dirigente, lo cual llevaría como consecuencia un candidato presidencial confrontado a quienes no le sean afines. Si Morena deja de sufrir el desgaste de gobierno que sigue acumulando, tal vez ese escenario sería factible.

Sin embargo, es más probable que el partido en el gobierno llegue a 2021 y luego a los comicios presidenciales de 2024 con cada vez mayor erosión en su base y alejamiento del sector independiente que fue el que realmente le dio la victoria electoral a López Obrador. A veces se les olvida que su fuerza no radica en sus fieles, sino en el convencimiento temporal de los indecisos.

En apariencia, el mejor escenario para Mario Delgado dado su nivel de conocimiento entre la población general es el de la encuesta abierta; es decir, no sólo entre militantes de Morena, razón por la cual Ramírez Cuéllar y Rojas Díaz Durán se han opuesto a esa posibilidad. Además, las encuestas realizadas hasta el momento dan una clara ventaja a Delgado sobre el resto de los candidatos.

Pero lo que tendrían que considerar los morenistas es la posibilidad que dicho método daría a los independientes de influir en un proceso que, después, los acercaría a Morena.

De lo contrario, la lucha se definirá en el control de la llamada “estructura” del partido; es decir, los puestos que a su vez influyen en el resto de los militantes.

A la hora de las decisiones que involucran al partido, Andrés Manuel López Obrador ha evitado una intervención directa. Pero si se decide, ahora sí, a incidir para garantizar su legado, tendría que pensar, como le gusta hacerlo, en la historia.

El general Lázaro Cárdenas eligió al moderado Manuel Ávila Camacho para sucederlo por encima del más izquierdista Francisco J. Múgica. ¿Por qué? Cárdenas sabía que la tensión acumulada de la “derecha” en su contra explotaría con Múgica si los cambios contra la “burguesía” se mantenían seis años más.

Era hora de que el péndulo regresara aunque fuera un poco, a riesgo de quebrar el hilo que lo sostiene.

Entendiendo esto, el general colocó a Heriberto Jara como presidente del PRM (antecedente del PRI) debido a sus dotes conciliadores y a que los militantes se cuadrarían ante su liderazgo. Así, se aseguró de que el moderado Ávila Camacho sería candidato y, luego, Presidente.

Haber hecho lo contrario, probablemente, hubiera dejado al país a merced de una nueva convulsión política, incluso armada, que habría destruido los cimientos colocados por el hoy prócer.

¿Quién entre Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum o Ricardo Monreal garantizan ese camino de regreso al péndulo? ¿O es acaso que preferirían a Fernández Noroña? ¿Quién es más probable que concilie dentro y fuera del partido? ¿Un economista cercano a la izquierda o un activista que reventa sesiones? Es lo que López Obrador y Morena deberían pensar a la hora de elegir al nuevo presidente de Morena.

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