Bienvenida la declaración del presidente Andrés Manuel López Obrador en un foro sobre los retos sociales de la banca: “No basta con el combate a la corrupción, con la austeridad, se requiere también que haya crecimiento económico y esa es la asignatura pendiente”.

De ahí la importancia de reflexionar qué nos falta hacer para crecer, como lo hicimos desde 2003 en el Grupo Huatusco 54 economistas de diversas tendencias ideológicas y diferentes paradigmas. De ese seminario surgió un documento titulado ¿Por qué no crecemos? Hacia un consenso para el crecimiento en México, que hoy sigue siendo válido. Uno de sus párrafos introductorios explica el porqué se pudo llegar a ese consenso:

“… el espíritu de Huatusco consistió en el ambiente constructivo y de diálogo que animó a economistas de todo el espectro: desde los jóvenes hasta los maduros, los de “izquierda” y los de “derecha”, los “académicos” y los “políticos”, los “teóricos” y los “pragmáticos”, para revisar experiencias, analizar resultados, explorar nuevas posibilidades y ratificar principios para un conjunto de políticas públicas a favor del crecimiento, que faciliten el aprovechamiento eficiente de los recursos y promuevan la equidad en la distribución de oportunidades.” México está nuevamente ávido de ese espíritu, pues las diferencias de ideas y antecedentes no deben ser obstáculo para la búsqueda interdisciplinaria, respetuosa y humilde de un objetivo común: contribuir a la construcción de un México más justo y más próspero. ¡Cómo se extraña la capacidad de convocatoria de nuestro querido Javier Beristain Iturbide (rector del ITAM de 1972 a 1991) para sostener un diálogo nacional!

El problema de México no ha sido que el Estado haya carecido de recursos. El problema ha radicado en el mal uso que han hecho de ellos los tres órdenes de gobierno: malas inversiones e intervenciones de Estado equivocadas, muchas de ellas con daños magnificados por la corrupción e ineptitud. También ha perjudicado la mala infraestructura de incentivos que generan las reglas imperantes, enviando señales equivocadas a la vida pública y a las expectativas de inversión privada. Es increíble cómo casi 760 mil millones de dólares (a precios de 2018) que ingresaron al gobierno federal por la extracción de hidrocarburos entre el año 2001 a 2014 (sin contar a Pemex), fueron dilapidados sin avanzar en lo auténticamente importante: erradicar la pobreza, elevar de manera generalizada y sostenida los niveles de bienestar de la población y consolidar las bases para un crecimiento económico y sostenido. Más aún, durante ese período la economía y las finanzas públicas se beneficiaron de la baja en las tasas de interés, efecto de la reducción de la inflación y una férrea disciplina fiscal ejercida desde 1987 hasta 2000, reflejada en altos superávit primarios, que hoy son inimaginables.

Después de la histórica reestructuración de la deuda pública externa en 1989 y la entrada en vigor del TLCAN, tanto los gobiernos en turno como el sector privado dejaron una asignatura pendiente con el pueblo de México. El binomio de crecimiento generalizado de las actividades productivas con prosperidad palpable en los hogares y regiones menos favorecidos no ha sido abordado adecuadamente. Por ello, la declaración del presidente López Obrador es en estos momentos más que bienvenida. La desaceleración de la economía nacional y la amenaza en puerta de una recesión de la economía global, acelerada por la confrontación comercial de las dos economías más grandes, son el momento oportuno para que el presidente con más votos en la historia de México convoque a la unidad y al diálogo franco. El binomio de crecimiento económico con prosperidad compartida nos concierne a todos.


Economista. @jchavezpresa

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