Conforme se intensifica la presión de Washington sobre la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela, comienzan a aparecer facetas del conflicto que no siempre fueron evidentes. Presento aquí cuatro de ellas.

En primer término, ha surgido una respuesta argumentativa a la condena “progre buenaondita” (para citar al clásico) del supuesto apoyo de María Corina Machado a la intervención “yanqui”. Se trata de la obvia intervención previa, muy previa, y tan aceptable o intolerable como la de Trump: la de Cuba en Venezuela. Descrita en varias obras, y en particular en La Invasión Consentida de Diego G. Maldonado (Debate, 2019), la réplica a la verborrea anti-imperialista es sencilla. Desde el intento de golpe fallido contra Hugo Chávez en 2002, la dictadura castrista ha enviado a decenas de miles -hasta 20 mil en algún momento- de efectivos a Venezuela. Médicos/activistas, personal militar, de seguridad o de inteligencia, funcionarios de la burocracia gubernamental: la presencia cubana en el país andino ha sido decisiva para ambas naciones durante más de veinte años. Comandado a lo largo de una extensa etapa de este tiempo por Ramiro Valdés, tripulante del Granma, exministro del Interior, amigo eterno de Jorge Mártinez Rosillo, sinaloense fallecido y cercano a múltiples círculos políticos y empresariales en México, el contingente cubano nunca fue sometido a consulta en Venezuela. Lo solicitaron y aceptaron gobiernos espurios, y fue “consentido” solo por sucesivas dictaduras, instaladas en el poder gracias a fraudes electorales recurrentes, violaciones constantes a los derechos humanos, cierres de medios y represiones interminables. Si por un largo periodo el quid pro quo fue parejo -petróleo y dólares venezolanos a cambio de personal cubano- hoy se ha desequilibrado. Venezuela ya envía poco crudo a la isla -alrededor de la cuarta parte del consumo cubano- pero los anillos de seguridad cubanos protegiendo a Maduro se han expandido y fortalecido. Según The Wall Street Journal, los cubanos ya rodean a Maduro y no permiten que nadie que se le acerque porte un celular. Para intervencionismo yanqui”, intervencionismo y medio castrista.

Cito al diario de los mercados estadounidenses porque una segunda novedad en esta saga consiste justamente en el despertar de los medios y la comentocracia norteamericana a propósito de la “Cuban Connection”. Se tardaron, pero desde hace un mes aproximadamente, gracias a filtraciones, inducciones y presiones diversas, The New York Times, Fareed Zakaria, William Leogrande y Peter Kornbluh y Reuters, por ejemplo, comenzaron a apuntar hacia el vínculo entre Caracas y La Habana. Unos para lamentarlo, otros para celebrarlo, el hecho es que varios análisis señalaron lo que aquí dijimos hace tiempo. Si Trump espera suscitar un golpe militar en Venezuela contra Maduro, se puede estar engañando a sí mismo. La seguridad cubana que rodea al dictador y vigila a sus militares es, a decir de Maduro, incorruptible y excelsa en sus labores. Su lealtad es con La Habana, no con la sociedad venezolana. Si Marco Rubio quiere derrocar a Maduro, tendrá que derrotar a los cubanos instalados alrededor de Maduro, o imponerle un costo exorbitante a la isla por seguir apoyando al chavismo, o pactar con Díaz-Canel y Raúl Castro. Parece imposible, pero conveniente para todos: que Cuba sacrifique a Maduro a cambio de una normalización con Estados Unidos, más profunda y duradera de la que se produjo bajo Obama.

Al endurecerse la ofensiva de Trump contra Maduro, de manera inevitable se debilita otro quid pro quo que involucra a los mismos actores, pero también a México. Desde la época de Biden, Washington aceptó hacerse de la vista gorda ante la complicidad entre López Obrador y la isla, a cambio de que México realizara el trabajo sucio de Estados Unidos en materia migratoria. Con la excepción de unos meses a finales de 2023, AMLO cumplió. Bajo Sheinbaum, las concesiones mexicanas se ampliaron, y abarcaron también la guerra contra el fentanilo. Pero hasta hace muy poco, Sheinbaum pudo enviar petróleo a Cuba en cantidades importantes.

El monto exacto es difícil de determinar. Las estimaciones varían de hasta 20 mil barriles diarios en promedio para 2025, a menos de 7 mil. Asimismo, no se sabe a ciencia cierta cuántos médicos cubanos laboran en México -entre 3 mil y 6 mil, parece- ni cuántos dólares recibe Cuba a cambio. Durante casi un año, Trump no dijo esta boca es mía.

Pero en días recientes, tanto el Departamento de Estado como la Cámara de Representantes han iniciado una campaña al respecto. La legisladora María Elvira Salazar pudo celebrar una audiencia al respecto en el Sub-Comité de Asuntos del Hemisferio Occidental únicamente porque contó con el visto bueno de Trump y de Rubio. Este último juega el papel del policía bueno, pero el papel de policías malos de los tres congresistas cubano-americanos de Florida es parte de una acción concertada. No creo que Washington intente castigar a Sheinbaum por su apoyo a la dictadura isleña, pero ya no contará con un cheque en blanco.

Lo cual me conduce al cuarto aspecto de este rompe-cabezas geopolítico. Sheinbaum ha tenido que defenderse de las críticas norteamericanas. Lo ha hecho, como en casi todo, recurriendo a medias verdades o francas mentiras. Insiste en dos aspectos: el apoyo a Cuba se encuentra dentro de la ley, y es parte de una tradición mexicana que se remonta a López Mateos. A medias.

No se han transparentado los envíos de crudo a la isla, ni mucho menos cómo los paga (o no los paga) Díaz-Canel. La filial privada de Pemex – Gasolineras del Bienestar- creada ex profeso y exclusivamente para este propósito, no publica información. El buque-tanque utilizado para transportar buena parte del crudo, el Sandino, ha sido catalogado por OFAC del US Treasury como un barco que navega con pabellón cubano y viola las sanciones impuestas por Washington tanto al comercio con Cuba como a la exportación de crudo venezolano. Se podrá alegar que OFAC equivale a una aplicación extraterritorial de la legislación estadounidense -lo es- y que Pemex no tiene por qué acatarla. Hasta que decomisen sus cargamentos que, por cierto, parecen haber disminuido dramáticamente en diciembre. Por algo será.

En cuanto a la historia, las cosas son más complicadas de lo que afirma Sheinbaum. México ni fue el único país en oponerse a la expulsión de Cuba de la OEA en Punta del Este en 1962 (otros seis países votaron en contra), ni se opuso a la resolución sobre ruptura de relaciones con la isla en San José en 1963; se abstuvo Manuel Tello. La cooperación con Cuba sí existió a partir del gobierno de López Portillo, pero antes de eso -y todavía hasta mediados del los ochenta- la CIA fotografiaba a cada persona que ingresaba a la embajada cubana en la Ciudad de México, o que abordaba un vuelo a La Habana. Los gobiernos de De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto renegociaron la deuda cubana con Bancomext -en realidad la condonaron, porque los cubanos nunca pagaban- pero no fue sino hasta López Obrador que tuvieron lugar envíos gratuitos de crudo. Médicos cubanos se instalaron en Coahuila y en Michoacán durante los gobiernos de Lázaro Cárdenas y Humberto Moreira, pero la llegada masiva solo se materializó en la pandemia. México se resignó al no-pago cubano por necesidad; efectuó gestos amistosos junto con otros no tanto -el envío de Humberto Carrillo Colón, un espía de la CIA, a la embajada mexicana en La Habana- y a partir de Echeverría todos los presidentes mexicanos viajaron a Cuba, aunque, salvo Fox y Peña Nieto, solo hasta finales de sus sexenios. Ni Fidel ni Raúl Castro jamás fueron invitados a una visita bilateral a la Ciudad de México, y siempre se tuvo el cuidado de no traspasar las líneas rojas impuestas por Estados Unidos. Así fue que López Portillo -y mi padre- desinvitaron a Fidel de la Cumbre Norte-Sur de Cancún en 1981. A Sheinbaum no le sobrarían unas breves clases de historia.

Excanciller de México

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