Ningún presidente de países con escasos compromisos internacionales se ve obligado a entender asuntos de política exterior antes de asumir el poder. Una vez sentado en la silla, la experiencia, la lectura, los roces con el mundo y las asesorías de sus principales colaboradores se transforman en una especie de seminario intenso y permanente; el aprendizaje es rápido o lento, dependiendo de múltiples factores.
Los mandatarios del P5 sí poseen la obligación de saber la diferencia entre una consigna -útil, necesaria, pero siempre superficial y anodina- y una estrategia internacional. Es el caso también de Israel, quizás de Alemania, de la India, y de Japón. Los demás pueden prescindir de un conocimiento previo. No pasa nada, la mayor parte del tiempo, si se limitan a lugares comunes o simplismos inocentes. Hasta que las cosas se complican.
La decisión de incluir los llamados principios de política exterior en el Artículo 89 de la Constitución se tomó en 1988. Miguel de la Madrid y su canciller, Bernardo Sepúlveda, pensaron con la mejor de las intenciones que dicha inclusión podía erigirse en una especie de blindaje contra el abandono por el siguiente gobierno de la postura mexicana en Centroamérica. En parte se produjo un ajuste de la postura de los dos sexenios anteriores en esta materia, en parte los acontecimientos dieron lugar al final de las guerras en Centroamérica, y en parte se mantuvieron las posiciones previas. De cualquier manera, quedaron inscritos los famosos principios en la Carta Magna, para bien y para mal. Para bien, porque le dieron mayor relieve jurídico y mediático a lo que en el fondo no son más que las líneas rectoras de la Carta de San Francisco, que reviste el estatuto de un tratado ratificado por México.
Para mal, porque tal y como sucedió en 2011, era previsible que otros gobiernos quisieran agregar otros principios de política exterior a la misma Constitución, sin preocuparse demasiado si las adiciones eran complementarias a los principios originales, por lo menos compatibles con ellos, o francamente contradictorios.
Pero, sobre todo, le permitirían a algunos de los gobiernos siguientes -los primeros años de Peña Nieto, López Obrador y Sheinbaum- refugiarse detrás de escudos retóricos aberrantes ante cada coyuntura de la actualidad internacional. Peor que aberrantes: simples, ignorantes, carentes de contenido, incomprensibles. Obviamente estas consecuencias no son culpa de De la Madrid y Sepúlveda; pero sí les permiten a los gobernantes de la 4T afirmar barbaridades y estulticias sin cesar, en materia de política exterior.
No importan mayormente, mientras la coyuntura no se complejiza. Se comienza a complicar; más aún, al verse obligada a responder a cada giro externo todos los días por la mañanera, Sheinbaum se encuentra completamente desarmada frente a las vicisitudes externas. Como además es probable que crea que cuando habla de la “autodeterminación de los pueblos”, piensa que sabe de lo que está hablando, la situación se torna patética, y tal vez ya no insignificante.
La parálisis presidencial ante el Premio Nobel de María Corina Machado constituye un ejemplo. Las tonterías con Perú y Ecuador, y tal vez pronto con Bolivia, representan otros más. El no poder ofrecer una respuesta coherente ante una pregunta el martes comparando la postura mexicana ante Venezuela y Honduras demuestra la dificultad de definirse sin estudiar, sin escuchar, y sin saber. Según Sheinbaum, el caso de Xiomara Castro en Honduras es distinto al de Machado en Venezuela, porque una pide “injerencismo” y la otra no. Pero la diferencia no es esa. Consiste en el contraste entre elecciones reñidas pero limpias, certificadas como tales por la OEA, a pesar de los comentarios de Trump, y el fraude electoral generalizado en Venezuela, denunciado por todo el mundo, salvo México, Cuba, Rusia, etc. Sheinbaum piensa que dice algo con sus lugares comunes principistas; en realidad, no dice nada.
Ahora bien, aunque no se espera de ella que entienda todo esto -pocos de sus predecesores lo entenderían- sí resultaría útil que su equipo de política exterior -De la Fuente, Cárdenas, Velasco- le explicaran que cuando las cosas se complican, los simplismos dejan de funcionar. O no lo hacen, o no les hace caso. Trae encima, además de toda la negociación bilateral con Estados Unidos -agua, jitomate, ganado, automóviles, fentanilo, migración, aviación, acero, aluminio, T-MEC, visas- múltiples desafíos por venir en varios frentes. Enumero algunos: la crisis en Venezuela, la catástrofe en Cuba, los espías rusos en México, China y su disgusto por los aranceles mexicanos, la posible candidatura mexicana a la Secretaría General de la ONU, el auge de la derecha en América Latina, el pleito interno en Honduras, la posible embestida de Trump contra Petro en Colombia. En fin, una retahíla de retos imposibles de enfrentar con lugares comunes.
Excanciller de México

