La semana pasada fue un tobogán de videos que exhibían presuntamente mañas y corruptelas de algunos partidos políticos. Más explícito aquel en que aparece Pío López Obrador con un operador del gobernador Velasco. Ambos documentos polarizaron otra vez a la ciudadanía. Andrés Manuel López Obrador, en la presentación de su video, actuó como fiscal y juez proclamando una sentencia de culpabilidad que, en realidad, despierta más preguntas que respuestas. ¿Qué procedencia tenía el dinero obscenamente exhibido? ¿A qué se destinaba? ¿Realmente los implicados son los que se sugirió? ¿Era dinero ilegal? ¿Estaba destinado al pago de favores políticos?

El segundo video es menos controvertido. El hermano del presidente recibe un dinero cuando MORENA ya recibía financiamiento del INE. En realidad no se trata de señalar a estos o a aquéllos, sino de denunciar un conflicto impulsado por el resentimiento. No merece la pena insistir en los delitos que cometió el Presidente de México al comentar el video protagonizado por sus adversarios políticos. A estas alturas, Arturo Zaldívar está desaparecido y únicamente se muestra para plegarse a los dictados del Ejecutivo. El Poder Judicial en México está en manos de López Obrador. Sin justicia independiente no hay Estado de Derecho. Por detrás de los videos se advierten dos movimientos enfrentados. El video de Latinus es una respuesta al primero. Se antoja antes una llamada de atención que propiamente una denuncia en forma. Aviso para navegantes, hasta cierto punto pólvora del rey. Más que denuncia, alerta ante lo por venir. Si López Obrador continúa por el mismo camino, asistiremos posiblemente a una exposición que dejará mal parado al actual gobierno. Si lo deja aquí, defraudará su cacareada lucha contra la corrupción. Él solito se ha metido en un callejón sin salida. Sus adversarios ya saben lo que les espera por lo que no hay nada que les impida reaccionar con lo que supuestamente tienen guardado. Si embargo, la denuncia de la corrupción es buena para el país, pero no con estas formas. Al eludir el debido proceso y politizar el asunto, el gobierno no sabe cómo salir porque no sabe lo que le espera. La incertidumbre sólo genera nerviosismo y ansiedad, ingredientes que auguran errores y equivocaciones.

El tratamiento que se da a los videos sólo se explica por el resentimiento, la necesidad de saldar deudas reales o imaginarias, de ajustar cuentas. La revancha nunca es buena aliada en tareas de gobierno porque se pierde el interés general en favor del particular, el rédito político instantáneo en vez de la búsqueda del bien común. Nadie saldrá indemne de esta confrontación que no tiene visos de parar aquí.

El problema no reside en destapar la corrupción sino qué cauce se elige para exhibirla. Al subordinarla al interés político, las pasiones se desatan y la verdad que persigue la justicia resulta relegada. Todo indica que exhibir la corrupción es una artimaña electoral, lo que no deja de ser una corruptela del sistema democrático. La corrupción se combate con corrupción, no parece una manera idónea de enfrentarla. El resentimiento, la inquina, la animadversión trazan un itinerario oscuro que ignora la crisis económica, sanitaria, laboral, la creciente pobreza, el avance imparable del crimen organizado. Es necesario denunciar la corrupción y actuar contra ella, pero no al servicio del interés político.

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