Regalar espejismos es una da las actividades de este gobierno: una imagen espectral que se disipa al contacto con el entorno. La simulación es otra querencia habitual: dar por supuesto la existencia de algo con sólo mencionar su nombre. Hay quien dice que este pensamiento es místico. En realidad, es mágico. El pensamiento mágico busca conjurar las circunstancias de un presente adverso recurriendo a la credulidad en el más acá. Entre otros, el tema de la seguridad reúne todos estos elementos: espejismo, simulación y magia. Nombrar la Guardia Nacional representa en automático que ya ha desaparecido la inseguridad. El mecanismo es sencillo y obedece a una contigüidad de significado entre ambas palabras. Sin embargo, la creación de la Guardia Nacional no implica que desaparezca la inseguridad. Resulta evidente que así es porque estando ya desplegada, la violencia no sólo no remite, sino que aumenta. Estando en la calle la fuerza que debe combatir la inseguridad, la sociedad es menos segura. La responsabilidad no es de la Guardia Nacional. Las causas de la ineficacia residen en la ausencia de estrategia y planificación para combatir el crimen organizado y desorganizado. Pero bastó con que la Guardia Nacional anunciara su despliegue para que la sociedad se sintiera más segura, en una muestra indiscutible de pensamiento mágico. Por eso no sorprende que López Obrador haya subido cuatro puntos en popularidad, coincidiendo además con unas actuaciones de la Fiscalía General en que no es difícil advertir el interés del Ejecutivo.

La inseguridad persiste a pesar del despliegue de la Guardia Nacional, a pesar de las afirmaciones que subrayan todas las mañanas que ya se está combatiendo, que ya disminuye, que ya se controla. La violencia parece imparable. La Guardia Nacional por sí misma no resuelve nada, demostración de que es un instrumento y no un fin, y que esa contigüidad de sentido es artificiosa y propagandista. Lo que se necesita es estrategia e inteligencia para que su actuación se ordene a unos resultados. Se ignora hacia dónde y cómo se quiere ir, cuándo se quiere llegar. Sobran palabras y faltan directrices. La Guardia Nacional por sí misma no es nada, a no ser que se ordene a un plan debidamente trazado. Mientras no existan estas respuestas, la eficacia operativa se reducirá al azar o a la casualidad, con el consiguiente riesgo para la integridad de sus miembros. Además, la sociedad no se puede desatender en este combate, siendo necesarias campañas de prevención del delito, planes educativos, etcétera. La falta de estrategia delata el desinterés de las autoridades hacia la seguridad de sus ciudadanos.

Para un gobierno, la seguridad de la sociedad no es optativa, sino obligación. No es su deber fomentar el clientelismo político, perseguir adversarios, intervenir la independencia del poder judicial, cancelar proyectos legales, promover recortes de personal injustificados. Es su deber hacerse cargo de la manera más eficaz posible de la seguridad y eso pasa por una planificación oportuna. La estrategia es igual o más importante que la Guardia Nacional. Sin Guardia Nacional, no hay estrategia que valga. Sin estrategia, no hay Guardia Nacional que valga. Resulta inquietante que en las recientes encuestas los ciudadanos no hayamos valorado la actuación de los tres niveles de gobierno en contra de la inseguridad, como si hubiera otras prioridades.

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