El viernes pasado se paralizó el país a las 6,32 de la mañana en Lomas de Chapultepec, Ciudad de México. Una instantánea del momento: la pandemia en sus momentos más altos, el desempleo incrementándose de manera dramática, la economía nacional rechazando inversiones extranjeras, la corrupción aun sin desaparecer. El atentado sufrido por Omar García Harfuch era el corolario a todos los males, negados sistemáticamente por la autoridad pero que de repente se concentraron en el ataque al Secretario de Seguridad capitalino. El atentado no es sólo una artera acción en contra de un extraordinario ser humano y que en estos momentos es encargado de combatir a los criminales de la CDMX, es también el retrato de la hora. Un país postrado, doblegado, arrodillado, a merced de las circunstancias generadas por los acontecimientos y las circunstancias. La decadencia moral del ahora no tiene fin. En la mañanera, apenas se dedicaron palabras de rigor para denunciar el ataque frustrado en contra de García Harfusch que se llevó tres vidas por delante, tres vidas irrecuperables, tan importantes como la de cualquiera.

El atentado, brutal en poder de fuego, deja penumbras. Ni las barrets, ni las granadas pudieron con el blindaje. Los terroristas abandonaron chalecos tácticos, armas y pertrechos. En poco tiempo se detuvieron a los presuntos autores materiales, más tarde al supuesto autor intelectual y al supuesto jefe de asesinos del CJNG.

La facilidad con que emboscaron a García Harfusch no es menor. Todo indica que lo significativo, además de matar al Secretario, era el golpe de mano en el corazón de la Ciudad de México y de la República. Si moría el Secretario, mejor. Lo importante es el terror. Y lo hicieron. Atentar contra un policía de carrera, que tiene un palmares muy decente y que está en carrera de ascenso, es algo que no se hace al azar, que no se deja en manos de cualquiera y que se propone como un acto de confrontación directa. La información de que el “Vacas” es el encargado de reclutar y dirigir las operaciones del cártel, confirma que no es un hecho cualquiera. El operativo fue ejecutado y el equipo de seguridad del Secretario lo repelió de tal manera, que dejaron muy mal parados a los atacantes. Parecía que quienes perpetraron el ataque fueron encabezados por un operador de escasa importancia encargado de encabezar un grupo mal preparado y peor dispuesto, como si el operativo estuviera destinado al fracaso desde el principio. Los sicarios profesionales del CJNG cayeron, están recluidos y sometidos, pero lo destacado es el acto mismo. Un chantaje a los tres niveles de gobierno. Plata o plomo, pues plata, el derrumbamiento definitivo del mito de que en la capital del país no pasaban esas cosas.

Es importante destacar que el atentado es un acto contra la cabeza del Gobierno Federal y el corazón de México, el mismo presidente Andrés Manuel López Obrador, es quien aprueba el nombramiento del Jefe de la Policía en la CDMX, y de la mano con la jefa de Gobierno son quienes definen las políticas de seguridad en la Ciudad.

El golpe de mano asestado en la médula del país no puede considerarse un hecho aislado y, por lo tanto, exclusivo de un momento excepcional. Más bien es un episodio que exhibe el poder de unas organizaciones criminales que incrementan su capacidad de sembrar miedo y terror.

Hoy destaco el valor de García Harfusch, el compromiso de su equipo de seguridad y la solides de una de las instituciones que más falta le hacen a los capitalinos, la Secretaría de Seguridad.

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