Las elecciones internas para la dirigencia de Morena son todo menos internas. Publicitadas convenientemente por el Instituto Nacional Electoral (INE), que decidió un proceso modificado por el Tribunal, se han convertido en debate nacional. Sin claridad de cuentos contendientes habrá, al parecer cincuenta a la presidencia, más de cuarenta a la secretaría general del partido, contienden para ubicarse entre los seis que en ambos casos disputarán la final, según dice en INE. Podrían haber sido 100, mil o 200 mil. No está claro si esta capacidad de Morena para promover candidatos se debe a su famosa democracia interna, que se resuelve en rifas como la del avión presidencias pero que no es presidencial y que ahora se ha rifado pero no se ha rifado, o a un asalto populachero al presupuesto y las prebendas. En cuanto a la presidencia del partido, se barajan varios nombres, algunos ya suficientemente desacreditados no para optar al cargo sino a cualquier puesto público. Uno de los más sobresalientes es el de Gibrán Ramírez, un individuo torvo de probidad cuestionada que a hecho de sus intervenciones televisivas en modo clase de secundaria un escaparate para su promoción personal. Las denuncias sobre su gusto por el dinero público, su despliegue de parafernalia obscena, su fervor por otorgar puestos a amigos y novias, exhiben a un sujeto sin educación pero con alguna lectura, sin formación pero con labia, sin principios pero con ideología. No representa nada de lo que hace gala la enigmática 4T. Porfirio Muñoz Ledo, de trayectoria probada, quizás ya no está para estas lides a pesar de su ímpetu juvenil y su cabeza clara. Yeidkol Polevsnky ya demostró su incapacidad e insolvencia repartiendo licitaciones a amigos, traficando influencias, amañando padrones. No todo es malo, también hay excepciones.

Una de ellas es Mario Delgado. Coordinador de los diputados de Morena, quien ha dado suficientes muestras de capacidad de diálogo, entendimiento y conciliación entre las diferentes fuerzas al interior de su partido. Un candidato de unidad que puede transitar entre las corrientes internas. Su trabajo muestra a un hombre interesado en las cosas del partido, comprometido con la 4T, leal al Presidente de la República, me consta. Su capacidad de trabajo tampoco está a discusión. Todo indica que es honrado, a diferencia de otros y otras. No es exhibicionista, ni dueño de malos modos. Su afabilidad y cercanía no parecen impostadas, algo necesario para ese remedo extemporáneo del PRD que es Morena. En su trabajo en el congreso ha sabido mantener una colaboración eficaz con el senador Ricardo Monreal. En sus decisiones, casi siempre ha puesto al país por delante de intereses personales y partidistas. Estas cualidades lo llevan a encabezar todas las encuetas para hacerse con la dirigencia de Morena. El partido ya necesita un presidente que ordene, dialogue y priorice, en lugar de dejarse llevar por las circunstancias o los intereses personales. La 4T necesita una personalidad que dirija un partido acompañando a López Obrador.

En realidad, no hay mucho donde elegir, tesitura que sitúa todavía más a Mario Delgado como el mejor candidato a la dirigencia. En caso de que sea elegido, no lo tendrá fácil hacia el 21, pero no hay duda de que lo hará mejor que otros que se dedican a viajar con pretexto de trabajo, a pasear a sus novias, a visitar países en primera clase, a comer caviar a orillas del Lünersee renegando de ese pasado que los ha vuelto primer espada de la nada, todo a cargo del erario.

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