La Alianza Federalista denuncia que Andrés Manuel López Obrador no quiere dialogar con ella. Andrés Manuel López Obrador señala que le falta al respeto. Sin embargo, cuando era Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, reivindicaba lo mismo que los gobernadores demandan ahora. Todo indica que los reclamos, diferencias y antipatías no residen en lo mejor para los ciudadanos, sino en el cargo que el político de turno ocupa. Lo que ayer era un reclamo justo, hoy se transforma en falta de respeto. Las necesidades del pueblo bueno y sabio cambian según interese a su dueño del pueblo bueno. La demagogia en torno a la Alianza Federalista exhibida por el Presidente expone al populista que recurre a trucos de malabarista en lugar de atender los problemas. Los gobernadores que abandonaron la Conago para fundar su agrupación reclaman únicamente diálogo. El término significa palabra entre dos. No implica acuerdos, ni cesiones ni concesiones. En exclusiva una solicitud de atención. Un Presidente tiene la obligación de sentarse con los disidentes para oír sus demandas. El gesto es significativo. Pero López Obrador afirma que le faltan al respeto al pedir que se siente a dialogar con ellos. Se le mire por donde se le mire uno no sabe dónde está la falta de respeto. A lo mejor el Presidente se refiere a que no puede dedicarles tiempo porque está ocupado en llevar a la fiscalía a su hermano Pío; o porque el asunto Cienfuegos ha vuelto de cabeza a la Secretaría de la Defensa Nacional; o porque está abrumado al no haber encontrado a nadie más capaz que la reciente funcionaria para hacerse con la Secretaría de Seguridad.

Todas estas circunstancias son entendibles, pero de ninguna manera son definitivas para cancelar cualquier relación con los gobernadores de la Alianza Federalista. El país exige entendimiento por parte de sus mandatarios. Parece patético que el bienestar de los ciudadanos esté siempre relegado por el político. López Obrador falta al respeto a la investidura presidencial al negarse a dialogar con los gobernadores. Éstos solicitan lo que legítimamente les corresponde: una conversación con el Presidente. Es obligación de AMLO reunirse con ellos precisamente porque es Presidente. Cualquier pretexto para no hacerlo resulta un baldón para la investidura presidencial. Intentar darle la vuelta a la obligación contraída es defraudar el cargo; hacerlo con los argumentos aducidos muestra lo peor del populista. Los gobernadores legítimamente defienden los intereses de sus gobernados, algo loable y digno. No reconocerlo es mezquino y triste.

Podría suceder que en esos Estado ya no haya pueblo bueno y sabio, que sólo queden ciudadanos. Sin embargo, es también obligación del Presidente preocuparse por ellos, quién sabe si más adelante pasen a integrarse en el pueblo bueno y sabio. De momento, los representantes elegidos democráticamente quieren dialogar con el Presidente, quien rechaza ese diálogo porque entiende que es una falta de respeto. Todo indica que López Obrador no entiende la palabra respeto, que seguramente confunde con una guayaba o un maguey. El respeto precisamente es atender a los gobernadores. La primera historiadora del país, que acaba de ingresar en el Sistema Nacional de Investigadores a causa de méritos propios, debería dar al Presidente lecciones de semántica.

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