La clase política, únicamente interesada en sus procesos con excepciones, subestima a los ciudadanos. El paternalismo acentuado de este régimen, cuya justificación es el rédito político, se topa una vez más con la responsabilidad de la ciudadanía. Algo semejante podría decirse de los partidos de oposición-no oposición, de presencia ausente, inflexiblemente desorientada. Unos y otros hablan a los mexicanos como si estos los oyeran, como si prestaran atención a un discurso previsible e irrelevante, miope y confinado a sus propios intereses. López Obrador que no gobierna pero que siempre está en campaña se empeña en exhibir una dudosa ejemplaridad recorriendo regiones del país. La oposición que no tiene a donde ir se dedica a decir obviedades telemáticamente. Ante semejante cúmulo de despropósitos, los ciudadanos han salido a la calle. Su confianza no reside ni en la información descabellada por momentos de Hugo López Gatell (en apenas cuatro semanas ha señalado como pico de la pandemia al menos diez fechas diferentes y las que faltan), ni en las torpes maniobras de Olga Sánchez Cordero a quien le conviene mejor seguir en el silenció que había mantenido desde el inicio. Su confianza se debe a su responsabilidad como ciudadanos. La pandemia la derrotarán los mexicanos, no su gobierno, ni su clase política de uno u otro signo.

No hay duda de que la apertura que comenzó el día 1 de junio se debe a la necesidad de que muchos compatriotas se hagan con dinero para subsistir. La necesidad se impone a la prudencia, la prioridad a los llamados a las pautas sanitarias. Nada más natural, 12 millones de personas han perdido su trabajo, es decir, su ingreso y el de sus familias. Ante la emergencia parece normal que la gente baje a la calle. Una mezcla de inquietud y esperanza moviliza el tráfico callejero. La urgencia de la hora explica el regreso a la cursilada de “la nueva normalidad” que no es en absoluto normal, sino otra manera de relacionarse. La apertura ya no se detiene. Como siempre, son los ciudadanos quienes extreman precauciones dadas las circunstancias, quienes se sobreponen a la indiferencia del gobierno federal, quienes al mal tiempo ponen buena cara. La vitalidad de la sociedad vuelve a dar una muestra de madurez que no aprecian sus representantes sobre los que recaen fundadas sospechas de que la tengan. El regreso a la actividad programada por las autoridades está siendo caótica, con la salvedad del orden que cada uno quiera darle. El mexicano vuelve a superar las expectativas, su solidaridad sobresale como siempre en coyunturas en que se exige. La madurez de los ciudadanos es una realidad que nuestros políticos se niegan a aceptar, algo comprensible cuando la utilizan como coartada para sus propios intereses.

Los mexicanos están en otra cosa. Independientemente de las causas que los llevan a retomar su vida, el optimismo opera como factor decisivo. Autoridades y representantes políticos quedan muy atrás, incapaces de seguirle el paso a la sociedad, incompetentes para descifrar sus móviles, inhábiles para ofrecer solución a sus problemas. Los ciudadanos se adueñan de su vida para resolver sus circunstancias a pesar de los riesgos para la salud y de unos políticos perplejos

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