Cada ciclo electoral resucita hipótesis que creíamos ya descartadas, pero que por razones obvias algunos partidos o candidatos buscan desempolvar. Una de estas es el argumento del “voto oculto”, ahora llamado “voto tímido”, el cual básicamente señala que una persona no expresará sinceramente lo que piensa a un encuestador. El temor a la descalificación de sus opiniones es lo que lo lleva a esconder su preferencia electoral.

En los Estados Unidos esta hipótesis ha dado pie al llamado “votante tímido de Trump”. Fue elaborado para explicar los errores de las encuestas en el país vecino hace cuatro años. Hay poca evidencia que apoye esta hipótesis. Sin embargo, ahora que Biden aventaja claramente a Trump en las encuestas, los simpatizantes del candidato republicano han desempolvado el argumento y el tema ha ameritado numerosas notas en los principales medios del país vecino. Trump mismo mencionó el sábado pasado que hay “una mayoría silenciosa” que lo apoya.

En México esta hipótesis fue planteada ya décadas atrás. Sustentado teóricamente en el libro La Espiral del Silencio, de E. Noelle-Neumann, se argumentaba que quienes no respondían a la pregunta de preferencia electoral, los famosos indecisos, eran opositores al PRI por lo que había que asignarlos en su totalidad, o en su gran mayoría, a la oposición. Una variante de lo anterior es que los abstencionistas, el ciudadano silencioso, era mayoritariamente opositor, por lo que una mayor participación electoral se traduciría en menos votos para el PRI. Dichos planteamientos fueron el origen de errores mayúsculos en la industria demoscópica mexicana.

En la actualidad, la hipótesis del “votante tímido” tiene dos vertientes. La primera es que las personas no responden honestamente a las encuestas y/o no contestan la pregunta de intención de voto por temor a revelarle al encuestador su preferencia. Hay un grado de verdad en esta postura ya que hay una diversidad de temas que son sensibles para los encuestados por lo que hay que investigarlos de forma tal que se sientan cómodos al responder (experiencias de aborto, posesión de armas, reportes de violencia intrafamiliar, etc). Sin embargo, el “voto tímido” no pertenece a esta categoría. Un ciudadano puede reservarse su intención de voto pero difícilmente se guarda sus opiniones en el resto de la encuesta. La mayoría de quienes no declaran su intención de voto sí opinan sobre el rumbo del país, la economía y la seguridad, los partidos y/o los candidatos. Si una persona tiene opinión favorable del candidato del PAN, reprueba el rumbo del país y la gestión de AMLO y , además, tiene una opinión negativa de todos los partidos exceptuando al PAN, la probabilidad de que vote por el candidato de ese partido es muy alta.

Las respuestas incongruentes también pueden detectarse. Es tarea del investigador analizar toda la información de la encuesta para hacer una estimación del voto. Se puede hacer de una manera sencilla o sofisticada, incluyendo métodos estadísticos avanzados o modelos de inteligencia artificial. Lo que debe evitarse es sostener sin pruebas que los encuestados ocultan sus preferencias. Es una salida fácil, además de incorrecta.

Una segunda vertiente del “voto tímido” es más problemática y ocurre cuando un potencial entrevistado rechaza contestar la encuesta. Ello puede llevar a que las encuestas no reflejen adecuadamente las preferencias del conjunto de los ciudadanos. Es la no respuesta diferenciada. Si las encuestas encuentran un menor apoyo a Trump es porque sus votantes rechazan las encuestas en mayor grado que los votantes de Biden. Corregir este sesgo requiere ajustar el perfil de la encuesta al perfil de la población o del electorado. Quizá el mayor aprendizaje de la industria demoscópica en EU en años recientes ha sido la necesidad de ajustar el perfil de las encuestas para que reflejen adecuadamente el nivel educativo de la población.

La corrección estadística no es un reto menor pero se puede y debe hacer. Es parte del protocolo establecido para toda encuesta rigurosa. La existencia de un “voto oculto” es una tarea empírica y no un acto de fe. Está sujeto a demostración. Además, con los métodos apropiados, hasta los votantes tímidos nos pueden revelar sus preferencias mejor guardadas.

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