¿Cuáles serán las constantes en estos comicios y qué cambiará? El panorama se ha modificado dramáticamente desde la última elección intermedia. Por un lado, la dinámica partidista se ha trastocado, quizá para siempre. En 2015 PAN y PRD buscaron derrotar al PRI. Ahora es su aliado. Morena daba entonces sus primeros pasos y su votación fue de un solo dígito. Hoy detenta los principales puestos de elección del país y ocupa el lugar del PRI como el rival a vencer. Otros partidos, notoriamente el PRD, perdieron fuerza e incluso algunos perdieron el registro.

Si las alianzas y posicionamientos de los partidos han cambiado, el electorado muestra estabilidad en un aspecto fundamental: su apartidismo. Aproximadamente la mitad de los ciudadanos se considera independiente y ello acarrea diversas consecuencias: volatilidad en la intención de voto, mayor relevancia de los candidatos e insatisfacción con el statu quo político, entre otros.

Además de lo anterior, se avizoran algunas novedades. Una de ellas tiene que ver con la concurrencia, la realización simultánea de miles de elecciones: legisladores, gobernadores y alcaldes. Históricamente hemos pensado a las elecciones legislativas federales como elecciones de partido, donde factores nacionales como el presidente o la economía influyen de manera determinante en el voto. La concurrencia, sobre todo con las gubernaturas o las alcaldías de las ciudades más importantes, abren la posibilidad de que lo local “arrastre” al voto federal. Candidatos a gobernador o alcalde muy populares pueden influir de manera significativa en el voto legislativo.

Candidatos populares son también un caldo de cultivo ideal para el voto dividido. Ello fue evidente en 2018 donde la coalición lopezobradorista fue muy exitosa en la pista presidencial, pero tuvo un desempeño inferior a nivel de alcaldías o diputaciones locales. Obviamente, a Morena le conviene que la elección tenga un alto componente nacional para contraponer la figura presidencial a figuras locales. La oposición tiene el objetivo opuesto. Este será uno de los aspectos centrales de la estrategia electoral en este año.

Y hablando de estrategia, ella será la protagonista de estos comicios. Al parecer los partidos han hecho una selección cuidadosa de los distritos donde irán coligados para maximizar su posibilidad de victoria. Si antes las candidaturas se distribuían para reflejar correlaciones de poder al interior de los partidos, ahora domina la necesidad del triunfo. Quizá la mayor apuesta que ha hecho la coalición opositora es asumir que puede monopolizar el voto de protesta contra el gobierno federal. Ello requiere que el descontento ciudadano sea tal que las viejas rencillas partidistas se olviden, que un simpatizante de Acción Nacional, por ejemplo, prefiera una victoria del PRI a una victoria de Morena. Es un escenario esencialmente bipartidista que abona a la polarización, pero también a una mayor competencia por el voto: lo que un contendiente gana es a expensas del otro. Es la expresión más nítida de la lucha electoral por el poder.

Twitter: @jblaredo

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