Desde su época como jefe de Gobierno, el hoy presidente López Obrador ha despertado emociones muy diversas. Una de ellas, el temor, le jugó en contra cuando fue activado y capitalizado por la campaña de Felipe Calderón en la elección de 2006. Otra, el enojo, jugó a su favor en los comicios de 2018. AMLO expresó mejor que nadie el descontento con la administración peñista y sin duda este fue el combustible que lo impulsó a la victoria.

El primer año de gobierno ha transcurrido y ya hay definiciones claras del rumbo que puede tomar este gobierno. Sin embargo, apenas se empieza a perfilar la identidad de los beneficiarios y afectados por las políticas del nuevo gobierno y muchos desconocen en qué bando terminarán. Este es un dilema clásico para los ciudadanos que viven bajo un gobierno reformista ya que toda reforma toma tiempo para dar resultados.

Mientras ello ocurre, los mexicanos oscilarán entre la esperanza y la ansiedad. La esperanza de quienes esperan verse beneficiados durante esta administración y que ya empiezan a cosechar frutos a través de los diversos programas sociales y/o a través del aumento al salario mínimo. La esperanza, las expectativas de un mejor futuro, es sin duda el principal factor detrás del amplio respaldo social con que cuenta el presidente. La ansiedad también anidará en quienes se perciben como perdedores en la nueva administración. Las draconianas medidas de austeridad han afectado a la burocracia y a todos los sectores relacionados de una u otra forma con la inversión pública o la regulación gubernamental. La industria de la construcción es sin duda el caso más emblemático. Para estos segmentos la interrogante es cuánto tiempo más durarán sus pérdidas.

En este sentido un elemento fundamental será el ritmo de actividad económica. Si la economía crece a tasas razonables, a un bajo un esquema de redistribución del ingreso y de la riqueza, todos tendrán una expectativa razonable de un mejor futuro. Las pérdidas , y los perdedores, no serán permanentes. Si, por el contrario, la contracción económica continúa podemos entrar en un peligroso juego de suma cero en la que los beneficios para un grupo sean a expensas de otro, lo que podría llevarnos a un escenario de polarización. El deterioro económico incluso terminaría afectando a los sectores más vulnerables de la población.

Pronto sabremos cómo el estancamiento económico del país se vivió a nivel regional o estatal en el año que concluyó. Si los estados más afectados son los estados más pobres, la actual administración tendrá que replantear su premisa de que importa más el desarrollo que el crecimiento económico.

En este incierto panorama de ganadores y perdedores hay ya un gran perdedor: la tradicional clase política mexicana. El lopezobradorismo ha arrasado con el establishment político que le precedió, negando sus usos y costumbres al mismo tiempo que introduce rostros nuevos. La clase política del PRI, pero también la del PAN, están extremadamente debilitados. El mandato de las urnas se tradujo en desempleo para muchos, pero también la perspectiva de indagatorias por corrupción ha propiciado el retiro voluntario o el bajo perfil de muchos de ellos. El proceso contra García Luna es quizá el indicador más reciente y a la vez contundente de la extinción de la clase política que gobernó el país en las primeras dos décadas de este siglo.

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