Las movilizaciones alrededor del mundo, la marcha del 8M y el paro de actividades el 9M bajo la voz #UnDíaSinNosotras eran señales esperanzadoras de que la primavera morada había comenzado y que, con ella, venía el inicio de un cambio para las mujeres y para todos.

Hoy, la agenda mundial está dictada por una pandemia que ha obligado a las sociedades y gobiernos a reordenar sus prioridades, pero, aunque pareciera que el Coronavirus es el único problema que ronda en nuestra mente, hay una realidad innegable: muchos de los conflictos que ya teníamos como sociedad no han desaparecido, al contrario, al conjugarse con el COVID-19, se han intensificado, causando exacerbación en las poblaciones del mundo, en especial en las más desiguales, como la mexicana.

El confinamiento lleva ya más de dos meses y la situación de violencia contra las mujeres se ha ido agravando. En nuestro país hay un índice poco falible para medirlo debido a que la cohabitación con los agresores inhibe la denuncia, además de que hay una reducción importante de servicios de atención a este tipo de delitos o albergues a los cuales puedan acudir a protegerse.

El Coronavirus pone en manifiesto la necesidad de gestionar políticas con perspectiva de género, interseccionalidad y de derechos humanos en las que se entienda que una problemática no puede ni debe ser vista desde una sola cara, todo es multifactorial y para hacerlas funcionales deben tratar de entenderse todas esas variables que inciden en el fenómeno.

¿A qué me refiero? Un ejemplo sencillo para continuar en la misma línea es la violencia contra la mujer, mucho veníamos hablando de que estábamos muriendo por ser mujeres, por el derecho que el hombre cree que tiene sobre su pareja, por la obligación “no cumplida” de ser la ama de casa perfecta, la madre modelo, la novia eterna disponible y sujeta a los deseos de su novio (estereotipos fijados por el patriarcado).

Y entonces emanaba de ciertas personas una pregunta que parece ofrecer una solución muy sencilla… ¿por qué no los dejan? Ah pues es aquí donde están esas “otras variables” que se correlacionan con el acto violento y que muchos prefieren ignorar porque denota la complejidad que demanda la atención de la situación, como lo son la falta de oportunidades a educación de calidad u ofertas laborales que les permitan tener independencia económica, por mencionar las más visibles.

Dejemos de pensar en “la realidad” porque lo que existen son múltiples realidades, la de la mujer en la ciudad que tiene o tuvo acceso a oportunidades de estudio y que, efectivamente pudo ingresar al mercado laboral, pero que no puede aspirar a un cargo directivo porque esos “son para los hombres.”

Ahora visualiza a la adolescente en el interior de la República que ni siquiera puede ir a la escuela porque está a horas de distancia y que su labor es la de cuidar a sus hermanos mientras sus papás trabajan, esperando el momento en el que ella forme su familia, supeditada a ser económicamente dependiente de su marido para subsistir. Por último, imagina a la que fue violada y asesinada, sin oportunidades de dirigir su vida a donde ella quisiera. Y son todas estas caras las que queremos cambiar con el feminismo como movimiento de empoderamiento.

“Fakeminsimo” y “feminazis” son algunas de las palabras y frases que emanaron para desacreditar el movimiento feminista que incomoda a todos aquellos que no entienden que la violencia es un problema estructural que debe ser atendido por todos, iniciando en casa, desde el momento en el que no asignas roles en función del sexo biológico. El cambio empieza cuando entiendes que un niño también debe lavar trastes y que la niña puede decidir no casarse, ni tener hijos y que eso no los hace ni más ni menos “hombres o mujeres.”

No sólo la sociedad debemos entender que estamos ante una emergencia ante la creciente ola de violencia contra las mujeres. El gobierno debe despertar, no podemos permitir declaraciones como las del presidente que solo dan permiso para que se siga violentando a las mujeres.

Debemos alzar la voz ante campañas que culpan a las mujeres de esta violencia y humanizan las acciones del victimario.

Por supuesto que el cambio es posible, pero no contando hasta 10 ni negando la realidad. El cambio se genera con educación y con verdaderas políticas públicas que vayan enfocadas a erradicar el machismo y la violencia. Como mujeres, como sociedad debemos exigirle al gobierno un cambio real.

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