Los últimos acontecimientos de la vida nacional llevan a plantearse esta pregunta, aunada a ¿qué concepto de democracia tiene el actual bloque hegemónico en nuestro país, y de qué democracia hablamos los demás actores de nuestra sociedad? El cambio súbito en la correlación de fuerzas en 2018 modificó las coordenadas políticas, y se está imponiendo con inexorable determinación un preocupante ejercicio autoritario de gobierno con la narrativa de que ya estamos en un nuevo régimen político en el que la corrupción, los privilegios, el dispendio y el neoliberalismo son cosas del pasado.

Con ese discurso como fachada, se han tomado un conjunto de decisiones discrecionales, al margen de la ley, en aras —dice AMLO— de “regresar al pueblo lo robado” y darle directamente los apoyos y “beneficios”, sin intermediarios supuestamente corruptos.

En ese mismo tenor se descalifica el papel de las instituciones para disminuir sus funciones y destruirlas porque sus decisiones incomodan al Presidente. Y continúa en la captura de los poderes Legislativo y Judicial para ponerlos a su servicio, bajo presiones y amenazas. Así, los opositores estorban, salen sobrando; los medios de comunicación críticos son voceros de sus “adversarios”; los conservadores neoliberales, a los que hay que aplastar.

Asimismo, la democracia sustancial, directa, participativa es la que importa, sin sociedad civil organizada, en oposición a la democracia representativa, “burguesa” o “neoliberal”; por eso deben aprobarse las consultas populares sobre los temas que el Presidente quiera, así como la “revocación de mandato”, con el objetivo de fortalecer el poder presidencial y sentar las bases para su reelección en el 2024.

Por su parte, las conferencias mañaneras tienen el propósito de que el país gire en torno al Presidente, que él fije los términos del debate y la gente olvide los temas fundamentales que le aquejan todos los días: la inseguridad, la corrupción de altos funcionarios (como el insostenible Bartlett) o las asignaciones directas del 80% de contratos al margen de la ley, otorgados a sus amigos, sin “fiscalías autónomas”; los recortes presupuestales a estancias infantiles, a refugios para madres violentadas, para la prevención y atención del cáncer de mama; la cancelación de los comedores populares que beneficiaban a más de 600 mil personas pobres; los recortes a salud, educación, ciencia y tecnología; el creciente desempleo y las decenas de miles de despidos del gobierno federal.

Recortes para concentrar dinero para su ejército electoral (los “Servidores de la Nación”), alimentar las clientelas de votantes a través de sus programas sociales y para financiar sus 100 universidades patito. Por todo ello no estamos en un nuevo régimen político, sino en una reedición del viejo régimen presidencialista, pero más reforzado. Neoliberalismo puro, no “post-neoliberalismo”. Viejo sistema de corrupción y de privilegios, solo que para sus nuevos amigos (“el capitalismo de cuates”). Y tampoco más ni mejor democracia, sino la cancelación de la democracia misma, sin equilibrio institucional de poderes.

Recientemente comenté un libro de Carlos Pereyra (Sobre la democracia). Hoy, a más de 30 años, sus reflexiones y propuestas son absolutamente actuales. La democracia no es “todo aquello que hagan los gobiernos para que le vaya bien al pueblo”, como le escuché decir al expresidente Lugo del Paraguay en una reunión de partidos progresistas en Montevideo preocupados por la degradación de la democracia. La verdadera democracia es formal y representativa, con elecciones libres y periódicas y no opuesta a la se democracia directa, ni ésta en sustitución de aquella, como decía Pereyra.

Se equivocan quienes creen que lo de AMLO es una moda pasajera. Estamos ante el proceso de destrucción de las instituciones y la construcción de un México más cerrado política, ideológica, cultural y económicamente. Cuidado con dejar que esto se consolide.


Exdiputado federal

Google News

TEMAS RELACIONADOS