Las elecciones del pasado 6 de junio demostraron que sí hay oposición a tal grado que la coalición gobernante, encabezada por López Obrador, ya no podrá hacer reformas a la Constitución unilateralmente.

La mayoría de la población expresó su rechazo al proyecto autoritario en el poder identificado como “izquierda”, incluso como “izquierda radical”, por las clases medias y empresariales, que vieron en los partidos de la coalición Va por México una opción democrática para lograr equilibrios y contrapesos.

El PRD, como izquierda democrática nacional, aun siendo parte de la coalición opositora junto con el PAN y el PRI, quedó en medio de la disputa entre estos dos grandes bloques, sin ser comprendido en su discurso y sin la capacidad suficiente para ganarse la confianza ciudadana por lo menos en proporciones similares a las logradas por los partidos aliados. Hablo de “incomprendido” porque habiendo sido factor fundamental para la conformación de Va por México siguió siendo visto por muchos de los votantes opositores como “el partido en cuyo seno se engendró el huevo de la serpiente”, gracias a lo cual está hoy en el poder nacional, sin importar que desde hace 9 años no existe relación del PRD con AMLO, sino al contrario sólo confrontación.

Por más que muchos nos hemos esforzado en señalar que ni Morena ni AMLO son de izquierda, sino expresión de una derecha autoritaria, corrupta, militarizante e impulsora de un narcoestado, ellos han reforzado su discurso “antineoliberal” y amenazan con reformas supuestamente izquierdistas para acelerar su “Cuarta Transformación”, con el propósito de venderse ante sus seguidores como auténtica izquierda democrática, aunque sean una derecha con rasgos dictatoriales.

Una parte importante de la intelectualidad, de la academia y analistas políticos votaron por el PRD y públicamente manifestaron que lo harían porque se requería que en México existiera una fuerza socialdemócrata, una izquierda democrática, frente a la falsa izquierda en el poder. Así lo vieron también un millón 800 mil personas que respaldaron este proyecto.

Pareciera que nadie en la oposición duda de esta necesidad. Cierto que algunos perredistas concluyen que fue un error ir en esa alianza porque se tuvieron magros resultados para el partido, pero otros están convencidos de que se actuó correctamente, por el bien del país. Al final, todos están de acuerdo en que este partido debe repensarse a sí mismo para redimensionarse y relanzarse, abriéndose a nuevos sectores de la sociedad y caminar de la mano de la intelectualidad progresista del país para conformase como un proyecto socialdemócrata. Esto exige precisar qué significa ser un partido con esas características. Van unos apuntes.

Lo primero es subrayar que AMLO y su gobierno son una falsa izquierda que impulsa un programa que atenta contra las libertades y los derechos de la gente, que produce más pobres, que alienta una mayor corrupción y quebranta la seguridad jurídica necesaria para invertir, hacer crecer la economía y generar empleos. En realidad son una derecha de corte dictatorial, aliada del crimen organizado, con falsos ropajes de izquierda.

Lo segundo es dejar claro el compromiso del partido con la tolerancia, los derechos y libertades para todas y todos, sin exclusiones; con las mujeres, los jóvenes y la diversidad sexual; con la libre empresa, alejada de viejas visiones estatizantes, propias del “nacionalismo revolucionario”; una fuerza comprometida con el medio ambiente y las energías limpias; con la educación de calidad, la salud para todos, sin distingos; con la cultura, la ciencia y la tecnología. En fin, un partido comprometido con la democracia y el Estado de Derecho.

Y tercero, una fuerza dispuesta a abrirse a expresiones progresistas, liberales y demócratas para conformar un partido más grande, decidido a construir una gran alianza rumbo al 2024 para extirpar el cáncer del narcoestado que amenaza afianzarse con el gobierno de AMLO. La confianza ciudadana el 6 de junio fue para la alianza, no para un partido en lo individual, para enfrentar el desastre actual.

Presidente Nacional del PRD

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