Hay un doloroso, creciente e inocultable baño de sangre en el país. La violencia se adueña cada día de más territorios y la delincuencia controla aceleradamente más plazas sometiendo al poder del Estado. El justificado grito de Javier Sicilia reclamando al presidente López Obrador los 30 mil muertos durante este 2019, el más sangriento desde el gobierno de Calderón, exigiéndole el cambio urgente de estrategia para recuperar la paz y la tranquilidad, es emblemático porque representa la voz de miles de madres y padres de familia, parejas y hermanos, que han perdido a sus seres queridos.

Sicilia, como miles más, piden diálogo, ser escuchados, como supuestamente sucedió en los foros que AMLO efectuó después de su triunfo electoral, en los que familiares de muertos, desaparecidos y desplazados rechazaron la propuesta de “perdón” para los delincuentes. “¡Castigo, ni perdón ni olvido!”, fue la respuesta de las víctimas. “Abrazos, no balazos” les replicaba prepotentemente el presidente electo.

Ahora, a un año de su gobierno, sigue culpando a un mandatario que salió hace 7 años, en lugar de implementar una estrategia que corte todos los resortes financieros y de todo tipo al crimen organizado, así como formar policías profesionales y certificadas para ir haciendo realidad la promesa de regresar paulatinamente los militares a los cuarteles. Pero sigue profundizando esa fallida estrategia de Calderón.

Y todavía les contesta a las víctimas de la violencia que le solicitan diálogo que “¡eso da flojera!”. Peor que el insultante “ya me cansé” del exprocurador Murillo Karam ante los padres de los normalistas de Ayotzinapa.

La soberbia es muy mala consejera. Provoca sordera social e insensibilidad ante el sufrimiento de los demás. Eso le está pasando al Presidente. Mientras más va adueñándose de la totalidad del poder para ejercerlo sin límites —parafraseando al novelista Enrique Serna— menos vacila en emplear toda la fuerza del Estado para cumplir sus caprichos, no las exigencias de la sociedad.

AMLO ha dicho que no cambiará su estrategia aunque siga habiendo más violencia, más víctimas, más dolor, más llanto. Y conociendo muy bien su terquedad —que ahora raya en la irracionalidad— estoy seguro de que no admitirá que está equivocado.

Lo único que puede hacerlo cambiar será la voz de la sociedad expresada en un magno y masivo grito de protesta en las calles del país para reclamar seguridad y paz, respeto a la Constitución y las leyes; mejor educación, empleos y salarios; para que haya un diálogo sincero, real; para que se exorcice el discurso oficial del odio, confrontación y división impulsados desde el púlpito presidencial cada mañana. El 1º de diciembre es una magnifica oportunidad para unir voluntades y exigencias legítimas en una sola voz, pacífica y democráticamente, como lo están promoviendo múltiples organizaciones de la pluralidad social y política del país.

Urge hacer un reclamo por la unidad nacional entre los mexicanos, mujeres y hombres de todas las clases y edades para detener este baño de sangre.

Mala señal será que el Presidente responda, rodeado de sus incondicionales, estigmatizando a los manifestantes como “conservadores” que no quieren el cambio ni el combate a la corrupción, o como “golpistas” que, según él, quieren su renuncia. Recuérdese que en 2004, cuando AMLO era jefe de Gobierno y se efectuó una enorme concentración en las inmediaciones del Ángel de la Independencia exigiendo seguridad, los calificó de “pirrurris” y ser parte de una estrategia de la derecha con olor a fascismo.

Pero no se equivoque ahora, Presidente. No agudice las tensiones en un país que hoy está peor que hace un año en inseguridad, salud, educación, empleo, derechos de las mujeres, derechos humanos, crecimiento económico, respeto al Estado de Derecho, ciencia y tecnología, turismo, adicciones, eficiencia en el gasto público, en el campo, el medio ambiente. Más hundido en la corrupción propia del capitalismo de cuates.

Exdiputado federal

Google News

TEMAS RELACIONADOS